domingo, 14 de diciembre de 2003

PARAISOS PERDIDOS

por Carlos Szwarcer


He tenido la suerte de visitar Córdoba en varias oportunidades y disfrutar su paisaje, la hospitalidad de su gente y su humor tan particular, además de admirar su historia. Soy un porteño que ama su ciudad natal, Buenos Aires, tanto que a veces pienso que nací de un bache del centro de la ciudad y al pensar en la elección del tema de esta primera publicación vino a mi mente en forma inmediata la imagen de Córdoba como un Paraíso. Indudablemente los cordobeses han sido obsequiados, y en abundancia, por la Madre Naturaleza.
Los habitantes de Buenos Aires a falta de cerros, montañas, valles o caudalosos ríos, construimos día a día nuestro paraíso y también, hay que decirlo, nuestro infierno. Si no existen, los “inventamos". Los vergeles o los oasis, refugio y descanso para los caminantes, existen tanto en desiertos como en ciudades. Muchas veces estos sitios son mera ilusión, pura imaginación, un espejismo para el sediento errante. Sin embargo esos “ámbitos salvadores” de la sed y la demencia pueden también estar en un bar o café, lugares bien reales y ligados a la nostalgia que supimos conseguir, tan típica en los porteños, un sello grabado a fuego como otra de nuestras manifestaciones características: el tango, que junto a una infinidad de ritos cotidianos nos da identidad y sentido de pertenencia.
Efectivamente, los porteños seguimos con la vieja costumbre de encontrarnos en los cafés, esos sucedáneos de los viejos "fogones" criollos, o como lo definen algunos "popes" de las ciencias sociales: lugares que representan "La Choza Mayor de la Tribu", adonde vamos a hablar de nuestras cosas, de lo que nos pasa, donde en una mesa arreglamos el mundo: será por éso que un Café de un barrio cualquiera de la ciudad se puede convertir en ese oasis que nos salva de cierta locura cotidiana. Allí hacemos nuestra pausa en el camino, a veces de sólo unos minutos para recobrar fuerzas y seguir peregrinando, otras para compartir momentos con los amigos. Filosofamos sobre la vida y hablamos de lo que es, de lo que fue y de lo que será. En esos locales, donde parece detenerse el tiempo, entre el humo y los ruidos, lo imposible es posible y viceversa.
Días atrás, justamente en un café del centro, charlaba con dos amigos del alma sobre las bondades innegables del progreso y todos sus beneficios, inmediatamente surgieron los costos que pagamos por esa “prosperidad” y meditamos sobre lo que “extraviamos” en ese camino de transformaciones hacia un mundo mejor. ¿Qué paraísos perdimos?
El "Chino" Oscar nos decía - Se acuerdan cuando jugábamos a las figuritas, a las bolitas, al balero. ¡Qué tiempos aquellos! Han cambiado tanto las cosas...
Sus palabras me llevaron en el acto a imágenes tan gratas de mi niñez que quedé como hipnotizado, tanto que cuando reaccioné y estaba por reafirmar lo dicho ya era tarde. Lito se adelantó contestándole sin la menor misericordia. - Pero calláte, dejáte de "joder", vos vivís en el pasado.
Mientras el mozo nos miraba de reojo, pude responderle: - Pará, en parte tiene razón. Ustedes saben que yo no soy de los que piensan que todo tiempo pasado fue mejor, pero... qué lindos, qué distintos eran aquellos años, si hasta jugábamos al fútbol de vereda a vereda. - Sí - reafirmó el chino - , en cambio hoy, si no estás en estado atlético, para cruzar las mismas calles, en una milésima de segundo te "lleva puesto" el primer auto que pasa.
Lito, como siempre que cambiamos ideas, se fue poniendo cada vez más colorado de los nervios y profundizó su postura: - Ustedes están "tildados" en otra época. Hoy los pibes están en otra. Son los tiempos de la computadora. "Chotean" o "chatean", qué sé yo como se dice. Bah... hablan con chicos y chicas de otros países al instante, hasta se ven por el “televisor”. En esos “cyber-cafés” dicen que tienen juegos que te hacen sentir que estás adentro de la pantalla, eso de la "realidad virtual" me parece espectacular. Ustedes son unos "viejos chotos" – insistió.
- Pará che, que vos tenés nuestra misma edad - le contestó molesto el Chino - y no te acalores que encima te sube la presión, mirá como estás de colorado. ¡Frená la moto viejo, a ver si encima terminás parapléjico en el hospital!
En tanto Lito con un gesto de disgusto pensaba en lo que le advertía el Chino y el joven mozo esbozaba una sonrisa piadosa como pensando de dónde salieron estos tres especímenes, se me ocurrió agregar - ¿Además saben qué recuerdo?, el cine continuado con tres películas, los carnavales, las fogatas de San Pedro y San Pablo, los corsos. ¿Cómo nos divertíamos con esas cosas no?
Al Chino se le iluminaba la cara, y Lito se iba transformando; juro que creí que allí mismo se moría. Fue pasando de colorado a verde aceituna y con los ojos desorbitados pegó un golpe en la mesa. Se nos arrimó como pretendiendo decirnos algo muy importante sin que nadie se enterara y en voz baja sentenció - Locos, están los dos locos de remate. Mirá Carlitos... vos tenés un corso pero a contramano. Subiendo el tono precisó con cierta arrogancia - Hoy tenemos video-casetera, ni al cine hay que ir. ¡Má que fogatas, que para compartir unas papas calientes, no se acuerdan, nos pelábamos los dedos! Hoy... micro-ondas viejo. Y casi a los gritos concluyó - ¡Y qué bombitas de agua y qué carnaval. El carnaval de Río lo ves sentado en tu casa, sin moverte, sin poner un mango, en la tele! Después de ese borbotón de palabras Lito pareció relajarse al menos unos instantes.
El Chino quedó mudo y yo, mientras evitaba responderle para que la charla de café no terminara con un pedido de ambulancia, me quedé pensando, más bien recordando, los Paraísos Perdidos de nuestra niñez urbana. Salí del trance cuando el mozo nos avisaba que tenía que levantar las sillas porque era hora de cerrar.
Lito nos preguntó - ¿Pero che, no son las diez de la noche, a qué hora cierran ahora? Ya ni podemos charlar- y nos asombró aún más al agregar - ¿Se acuerdan cuando acá nos quedábamos hasta las dos de la "matina?
Una mirada cómplice acompañada de unas carcajadas irrefrenables me unieron al Chino y dije: - Viste Lito... vos también tenés un ¡Paraíso Perdido!, al fin caíste en una.
Pagamos los seis cortados que consumimos, dejamos unas monedas de propina para el mozo y salimos del boliche riéndonos los tres. Caminamos por Avenida Corrientes con las luces de neón proyectando nuestras sombras alargadas y cansinas dirigiéndose hacia el Obelisco y entonces, otra vez, Lito, como un guerrero romano herido blandiendo su espada para vengarse, en tono de sorna, rematando la noche, exclamó – ¡Uy... tiraron abajo el viejo Trust Joyero y pusieron una Hamburguesería... Pucha digo!
Aceptamos la cargada echándonos a reír otra vez... como tres chicos.
Cruzando la 9 de Julio la luz amarilla del semáforo nos avisaba que no llegaríamos a cruzar de un tirón la totalidad de la ancha avenida. Nos detuvimos en el parador y yo, saliendo de la telaraña de recuerdos que se me habían venido encima, me sentí como Adán recién expulsado del Edén, sabiendo que una y otra vez volvería a “comer de la misma manzana prohibida” tanto como a rememorar los lejanos Paraísos Perdidos, porque la necesidad de creer en el porvenir es tan importante como traer a la memoria, aunque más no sea de vez en cuando, nuestros orígenes, como para ir cargando las pilas

Carlos Szwarcer
Publicado en Revista de Estudios Culturales del CECAO N° 14. Diciembre de 2003. Córdoba. Argentina.

sábado, 6 de diciembre de 2003

EL INCOMPARABLE FLORENCIO PARRAVICINI


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Florencio Parravicini 

por Carlos Szwarcer

Florencio Parravicini (1876-1941) ha sido una de esas figuras del espectáculo que difícilmente se puedan equiparar. Tan insólito como espectacular arriba y abajo del escenario fue notable tirador al blanco, pionero de la aviación argentina, corredor de autos, esgrimista, cantante, actor y monologuista sin igual. Un excéntrico que nació dentro de una familia acomodada y prestigiosa pero a quien sus desatinos lo llevaron por el mundo con distinta suerte, pasando de la prosperidad a la estrechez de un día para el otro. Llegó, en su peregrinar por diferentes ámbitos, a pasar incluso por la política, logrando un puesto de concejal.
Precursor de los grandes capo-cómicos, hacía reír con su sola presencia apenas aparecía en el escenario. Sus ocurrencias divertían a multitudes y solían superar el límite de lo tolerado por la “moral” de su tiempo. Tal como le confió preocupado el dueño del Teatro Cosmopolita a Pepe Podestá, Parravicini decía “cosas demasiado alegres y divertidas” pero su modo de ser ponía en su contra a parte de la prensa, que incidía sobre las autoridades municipales. Esta situación ponía en riesgo la continuidad del espectáculo y al local al borde de la clausura.
En 1911 el escritor y literato catalán Santiago Ruisiñol opinó sobre el actor argentino: “...artista que no puede compararse con ninguno... medio clown, medio juglar, medio cómico, medio serio, observador y desencajado, escandaloso y distinguido... improvisa, llena la escena con su presencia, dejando aturdidos a los actores, a las obras y hasta al público”.

Carlos Szwarcer
Publicado en “Todo es Historia” Nº 436. Pág. 32. Noviembre de 2003. Buenos Aires. (Argentina)
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viernes, 5 de diciembre de 2003

DE CUPLES Y CACHETAZOS


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Raquel Meller


En la España de fines del siglo XIX y principios del XX la incorporación del erotismo en el teatro, a través de las mallas negras, el corsé, las faldas cada vez más arriba y los escotes cada vez más abajo, hizo llamar a estas artistas del nuevo género: diablos con faldas pues se suponía, en algunos casos con fundamento, que eran mujeres de azarosas vidas.
En 1911, entusiastas y admiradores de la Chelito -sobrenombre de
la cubana Consuelo Portela- luego de hacerlos gemir en el Trianón Palace de Madrid, la colocaron sobre sus hombros, paseándola triunfalmente hasta el Ideal Room. Este puede ser considerado el momento de despegue del llamado género ínfimo y del cuplé (del francés couplet), este último de aparente origen provenzal, copla de una canción, que en España, desde fines del siglo XIX, se lo utilizó en su vertiente picaresca.
La Fornarina, Consuelo Vello, fue la primera gran reina del cuplé. Tuvo un pasado turbio de prostitución del que nunca se llegó a desprender. Murió joven, en pleno triunfo, en 1915.
Sin embargo la zaragozana Raquel Meller, nombre artístico de Francisca Márquez López, fue la artista de su época de más renombre y nivel internacional. Su arte gustaba a todo tipo de público. Hizo conocer canciones como El Relicario o La Violetera por todo el mundo. Fue también centro de escándalos y de rumores varios.
La Argentinita, Encarnación López, nacida en Buenos Aires en 1898, hizo su carrera en España destacándose como bailarina excelente y de gran clase, sobresaliendo también como simpática cantante. En su espectáculo en el teatro Romea, en uno de sus cuplés: El matrimonio, realizaba una imitación de Raquel Meller. Esta asistió una noche a la función. Al finalizar la interpretación del cuplé se levantó del palco y fue al escenario, sin gritos, tranquilamente le dio un cachetazo a Encarnación delante de todo el público y le dijo: ¡Y ésto es para ti!, dejándole en claro que una artista de su talla no aceptaba imitaciones.

Carlos Szwarcer
Publicado en “Todo es Historia” Nº 436. Pág. 31. Noviembre de 2003. Buenos Aires. (Argentina)
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Raquel Meller
 

sábado, 27 de septiembre de 2003

GARDEL Y EL TORTONI


imagenBuenos Aires, ciudad varias veces centenaria, conserva sitios históricos que resistieron el paso de los años, algunos de ellos se transformaron, por ejemplo, en interesantes museos que invitan a un recorrido fascinante por el pasado, otros son visitados por el magnífico atractivo de la Historia que por allí “pasó” y que aún “pasa”, es decir, lugares que tienen absoluta vigencia. Este es el caso del sempiterno Café Tortoni, el más antiguo - en pie - de la ciudad, que desde 1858, año de su fundación, hasta nuestros días, es centro de peregrinación de buena parte de la sociedad.

¿Qué busca el visitante en sus salones sino el encuentro, la reunión, un aroma, disfrutar de la estética de sus ambientes o sus vitreaux, contemplar las pinturas y obras de arte de importantes artistas que se exhiben en sus añosas paredes custodiadas por altísimas columnas de capiteles jónicos?. Pero tal vez entre tantos motivos posibles existe un anhelo por descubrir en su interior algún detalle que los transporte - casi como en un viaje místico - a cierto rincón en el que estuvieron personajes encumbrados o se gestó un hecho memorable. Este es uno de los recursos para revivir otras épocas: el contacto con el ámbito donde sucedieron los acontecimientos.

El Tango, parte innegable de la cultura de Buenos Aires, también estuvo y está presente en el Tortoni. Si bien, desde fines del siglo XIX, la nueva expresión musical fue abriéndose paso desde los suburbios para afincarse en el corazón de la ciudad, haciendo suyo principalmente el espacio de la calle Corrientes; coincidentemente con la génesis del nuevo ritmo se inauguraba la Avenida de Mayo en 1894, la que también le haría un lugar en sus concurridos locales.

El Tortoni, cuyo dueño por entonces era Monsieur Celestin Curutchet, tenía entrada por la calle Rivadavia. Las obras de modernización urbana le dieron la posibilidad de tener otra puerta de acceso por la nueva avenida. Aunque desde sus comienzos esta arteria adquirió una gran influencia hispánica tanto en su arquitectura como en sus manifestaciones artísticas, en sus cafés, peñas y teatros el tango tendría una notable aceptación y difusión. Como no podía ser de otra manera, su ídolo máximo, Carlos Gardel, como veremos, transitó el Tortoni.

Con el don de su garganta privilegiada y un estilo tan particular ”el zorzal criollo” sedujo a multitudes, captando también la atención de un público selecto, habituado a la llamada "música culta”. Esta amplia aceptación fue posible, entre otros aspectos, por su voz de barítono, que para algunos especialistas poseía las virtudes de “un cantante de cámara”.

En todo caso su entonación, naturalmente perfecta y espectacular, se fue enriqueciendo con variados matices y ornamentos incorporados en su juventud a través del contacto con intérpretes tan diversos como payadores y cantantes de ópera. Al parecer, esa fusión ocurrió en sus periplos entre decorados y bastidores de teatros, cuando oficiaba de utilero, y a su pertenencia a una “claque” en las actuaciones de cantantes líricos. Se le atribuyen varias anécdotas en las que aparece imitando a grandes figuras de la ópera como al tenor napolitano Enrico Caruso, al barítono Titta Ruffo, etc. Ciertamente su cantar era parte de una gran personalidad que combinaba técnica, presencia, donaire y elegancia. Sólo un artista cautivante con esas extraordinarias condiciones interpretativas pudo llegar profundamente a la sensibilidad de todo público y ser admirado en muy distintos medios, en diferentes países y culturas.

Sabido es que Gardel, en sus primeros tiempos, fue invitado por poderosos caudillos políticos a reuniones multitudinarias, sin embargo, se fue ganando el fervor popular desplegando su talento en las permanentes actuaciones en cafés, teatros y finalmente en el cine. También sería convocado a distinguidas recepciones o veladas aristocráticas en torno de grandes personalidades, tanto en la Argentina como en el exterior. Fueron célebres sus presentaciones ante figuras de renombre, algunas de ellas obtendrían el premio Nobel de literatura: Jacinto Benavente y Luigi Pirandello, otras, intelectuales de la talla de Ortega y Gasset o famosos del séptimo arte como Charles Chaplin. No faltaron las lujosas fiestas privadas con miembros de la realeza europea, por ejemplo, los homenajes al Príncipe de Piamonte, Humberto de Saboya o Eduardo de Windsor, Príncipe de Gales.

Efectivamente, en una recepción a Jacinto Benavente cantaron Carlos Gardel y José Razzano. El dramaturgo español, en gira por el continente americano, había llegado a Buenos Aires a mediados de 1922 y se presentaba en el teatro Avenida. Ciertos seguidores y detallistas de la vida del cantante aseguran que aquel encuentro en honor a Don Jacinto, y en el que el dúo finalizó con la canción “Mano a Mano”, se habría producido en el Café Tortoni.

No obstante, la más trascendente participación de Gardel en el Tortoni, y suficientemente documentada, fue en ocasión de brindársele un homenaje a Luigi Pirandello. El famoso dramaturgo siciliano había arribado a la Dársena Norte del puerto de Buenos Aires en el barco “Re Vittorio”, horas antes de debutar con su Compañía en el Teatro Odeón el 15 de Junio de 1927, cuando presentó su obra “Diana e La Tuda”. Días después fue invitado a un agasajo en el subsuelo del Tortoni, donde funcionaba “La Peña”, que a un año de su fundación ya era reconocida como un “prestigioso cenáculo artístico”. En la madrugada del día 26 de ese mes, en la antigua Bodega del café, Pirandello, próximo a cumplir los 60 años, pudo deleitarse con la actuación del “Morocho del Abasto”.

La velada comenzó varias horas antes, en la noche del 25. Las crónicas de la época informan que hubo numeroso público, especialmente gente de las artes y las letras que concurrieron a la anunciada fiesta. Precediendo la llegada del agasajado ejecutó tres piezas clásicas el pianista Herberto Paz, recitó el poeta Soler Darás, cantó Antonieta Silveyra de Lenhardson - quien años después sería renombrada cantante del Teatro Colón - y María Suasnábar interpretó al piano motivos folklóricos. Relató varias fábulas el Sr. Carlos Prina y el poeta Enrique Méndez Calzada - colaborador en el diario “La Nación” y en “Caras y Caretas”- realizó una “charla humorística muy festejada”. Más tarde el barítono ruso Gregorio Scetloff cantó dos composiciones populares.

La llegada de Pirandello se produjo poco después de la media noche, al concluir su función en el Teatro Odeón. Ingresó al Tortoni, en medio de calurosas manifestaciones de afecto, acompañado por parte de su elenco: la primera actriz Marta Abba (además de amante, musa inspiradora del escritor), la actriz Tiziana Malaberti, los actores Lamberto Picasso y Piero Carnabucci y el empresario teatral Sr. Alzati.

El notable caballero, oriundo de Agrigento y mundialmente admirado, se sumergió con sus acompañantes en el recinto del subsuelo del café. Las luces iluminaban tenuemente la “tez mate, ligeramente apergaminada” de este hombre de estatura mediana, extrema delgadez y andar “silencioso y escurridizo”.

La bienvenida al futuro premio Nobel de Literatura (1934) estuvo a cargo del narrador y dramaturgo Roberto Mariani, en nombre de la “junta ejecutiva de La Peña”, este intelectual vanguardista, que fuera redactor del diario Crítica, presentó al invitado de honor con “breves palabras” y “oportunos términos” comenzando el acto especialmente preparado y que contaba también con la presencia del pintor Quinquela Martín.

Antonieta Silveyra de Lenhardson, acompañada al piano por Herberto Paz, esta vez cantó dos composiciones de López Buchardo y Julia Puigdéngolas con Pedro Jiménez, secundados por el “dúo criollo” Gómez - Marino ejecutaron “danzas autóctonas”.

Como broche final se presentó Carlos Gardel, acompañado por sus guitarristas Guillermo Desiderio Barbieri y José Ricardo, interpretando: Mi noche Triste, Rosas de Otoño y Senda Florida. Los temas fueron excelentemente recibidos por Pirandello, quien escuchó con suma atención al “estilista” en aquellas “canciones populares porteñas y pampeanas”, temas así definidos por los diarios de la época.

Al parecer, sin desmedro de los otros números artísticos, fue esta parte del espectáculo la que pareció disfrutar más el ilustre invitado. “Discreto y humilde”, de “parcos ademanes” y “sonrisa leve y melancólica”, se sensibilizó notablemente con la inigualable voz y el arte escénico de Gardel. Aseguran, algunos autores, rememorando esa noche, que hubo una singular expresión de admiración en el rostro del literato italiano al escuchar al cantante argentino que desbordaba vitalidad, y que en ese entonces contaba con treinta y siete años y una carrera artística en pleno ascenso.

Al finalizar su actuación Gardel y sus guitarristas debieron retirarse para hacer frente a otros compromisos. Finalmente interpretaron Marta Abba y Lamberto Picasso una escena de la comedia dramática de Pirandello “Il placere dell’onestá”, que fue muy aplaudida. Mientras las agujas del reloj rondaban las dos la madrugada cerró el acto el dramaturgo homenajeado con breves palabras de agradecimiento a los artistas argentinos. También la prensa italiana se haría eco de este acontecimiento cultural mencionando, a tal efecto, las “canzoni popolari di Carlo Gardel”.

Con el tiempo pasaron innumerables voces y orquestas tangueras por la Bodega y por el Palco del salón principal del café, pero es necesario recordar un hecho de importancia en la historia del Tango, ocurrido también en el ámbito del Tortoni: en su subsuelo, a principios de 1932 debutó “La Orquesta Porteña” de Juan de Dios Filiberto, interpretando “Malevaje”.

El paso de Carlitos Gardel por el Tortoni ha sido mencionado en las estrofas del tango “Viejo Tortoni”, con letra de Héctor Negro y música de Eladia Blázquez, en el que un verso destila una ilusión: “Se me hace que escucho la voz de Carlitos, desde esta Bodega que vuelve a vivir”.

Si levantamos la vista hacia la izquierda de la puerta de ingreso al Tortoni, por Avenida de Mayo, observamos un fileteado que lleva la firma de Theodil-Deneu: sobre un fondo negro, con dibujos en distintos matices de ocre, emerge la figura del cantante sonriente y con sombrero. Las letras grises y bordó de un texto que juega con la relación Tortoni -Gardel- Buenos Aires sentencian: “CAFÉ TORTONI - PORTEÑO COMO CARLITOS”.

Ya en el interior del café encontramos otras tres obras dedicadas al Zorzal. En el salón principal existe una carbonilla de 1947, cuyo autor es Angel Fadul: se observa al cantante de tres cuartos de perfil y con el nudo de su corbata ligeramente flojo, hacia un costado. Un dibujo fechado en 1985, obra del Dr. Luis Alposta, miembro de la Academia Nacional del Tango y de la Academia Porteña del Lunfardo, representa espléndidamente, en ligeros y simples trazos, la imagen inconfundible del rostro de Gardel esbozando su eterna sonrisa; debajo lleva escrito con letra cursiva el fragmento de un tango “... Cuando se eleva tu canto, como se aclara la vida...” Finalmente, un busto de bronce, obra del escultor y orfebre catalán A.Sabaté Oliver, nos ofrece un Gardel otra vez sonriente y con sombrero.

Carlos Gardel y el Café Tortoni, el representante máximo del tango y el más famoso café de la ciudad, son dos íconos entrañables de Buenos Aires que, además, afortunadamente coincidieron en un tiempo. Un lugar y un ídolo popular que dejaron su impronta en esta hermosa ciudad, a la que caracterizan y enriquecen con sus valiosas historias.

Carlos Szwarcer.
Artículo publicado en “Buenos Aires Cultural”. Año 8 Nº 96. Pág.19 a 21. Setiembre de 2003 Bs. As. Argentina.
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martes, 6 de mayo de 2003

EL TORTONI Y EL IZMIR *


Realizada el 23 de Abril de 2003. 19,30 a 21 hs. en la Sala Quinquela Martín del Café Tortoni. Disertó el historiador Carlos Szwarcer sobre "El Tortoni y el Izmir -un nexo para la historia-", artículo que integra el "Cuaderno del Tortoni Nº 9", el cual es presentado en esta ocasión.
Hicieron uso de la palabra previamente al orador principal, el Arq. Horacio Julio Spinetto, Presidente de la "Comisión de Protección y Promoción de los Cafés, Bares y Billares y Confiterías Notables de la Ciudad de Buenos Aires" y la historiadora Lily Sosa de Newton, miembro de número de la Academia Argentina de la Historia.
APERTURA DEL ACTO
Arq. Horacio Julio Spinetto:
"Les agradecemos mucho la presencia en este acto que vamos a realizar en la Bodega, en la Sala Quinquela Martín, del tradicional Café Tortoni. En esta oportunidad estamos reunidos para tocar el tema: El Tortoni y el Izmir - un nexo para la historia -. Pero primeramente quiero agradecer a varias personas que han hecho posible ésto y a otras que están aquí presentes. En primer lugar hay que agradecer al Sr. Roberto Fanego, uno de los propietarios del Café Tortoni y que es tan abierto a estas expresiones culturales. Le quiero agradecer también por su presencia al Sr. Alberto Mosquera Montaña, Presidente de la "Asociación Amigos del Café Tortoni", lo mismo que al diputado Fernando Finvarb, Presidente de la "Comisión de Cultura de la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires", que permanentemente apoya estos actos que tan bien nos hacen a todos, y finalmente quería agradecer a Alí Findík y Sra, Representantes Culturales de la Embajada de Turquía que han tenido la gentileza de acompañarnos en esta reunión.
… "esta reunión de esta noche y la correspondiente presentación del nuevo Cuaderno del Café Tortoni cuenta con los auspicios de la Secretaria de Cultura del Gobierno de la Ciudad y de la "Comisión de Protección y Promoción de Cafés, Bares, Billares y Confiterías Notables de la Ciudad de Buenos Aires".
…"Bueno, yo voy a contar antes de presentar a Lily Sosa de Newton, quien será la encargada de presentar al orador principal, cómo es mi llegada al Café Izmir. Alrededor del año 1999, año 2000, empezó la idea de elegir una cantidad de cafés que pudieran ser considerados NOTABLES dentro de la ciudad de Buenos Aires. En su momento se había tomado como parámetro para hacer esa selección, que como toda selección suele ser discutible, que fueran cafés que estuvieran en funcionamiento y que pese al tiempo transcurrido desde su apertura o creación mantuvieran dentro de lo que el tiempo y el buen manejo de sus propietarios lo permitían, algo de su espíritu original. Entonces se convocaron, se seleccionaron cuarenta cafés, uno se quedó en el camino, porque cuando el libro entraba en edición cerró el café, entonces quedaron treinta y nueve. Esos treinta y nueve cafés ocupan o abarcan una gama muy amplia, desde cafés irreprochables e insustituibles, como éste en el que estamos aquí presentes, hasta otros cafés pequeños, relativamente, si se me permite el término, "atorrantes", que también tienen mucho que ver con la esencia de los barrios y las costumbres de los habitantes de la ciudad de Buenos Aires. Algunos de ellos, seleccionados, tuvieron mucho que ver, no sólo el edificio que era atractivo y se mantenían determinadas características como ser la boisserie o el piso o las sillas, sino que en muchos de ellos habían ocurrido cosas realmente importantes o habían concurridos por personajes realmente notables.
Yo me acuerdo que se estaba en discusión de un determinado café, que no viene al caso nombrar..."porque habían habido modificaciones que lo cambian un poco, que no es exactamente..." Pero dejémonos de "macanas", ahí Cortázar empezó a escribir "Los Premios". Pum! Ahí "Café Notable". Entonces una de mis preocupaciones era el Café Izmir, que es permanentemente nombrado en la primer parte, básicamente, del libro Adán Buenosayres de Leopoldo Marechal. Entonces empezamos a buscar el Café Izmir. Bueno, obviamente todos sabemos que en Villa Crespo, la calle Monte Egmont quedaba ahí a la vueltita. Finalmente conseguimos la ubicación del café: Gurruchaga 432 y ahí fui y llego a un café, claro, aquel café turco que uno se imaginaba en Adán Buenosayres ya no era un café turco, entonces entro. Pedí, me acuerdo perfectamente, un cortado con una medialuna. El señor que me atiende no parecía turco. Obviamente me pongo a conversar con él y el señor se llamaba, Jesús Rodríguez, que era el propietario y entonces yo le pregunto: "¿Pero discúlpeme, este es el Café Izmir?"… "Sí, claro, me dice. Entonces, de abajo del mostrador saca una vieja placa enlozada con letras con ligera influencia "art noveau", letras blancas sobre fondo azul, esas chapas características, que decía: Café Ismir, de Rafael Alboger. "¡Ah bárbaro!, le dije. "…y porque no lo coloca". Me dice: "Hombre como lo voy a colocar en la puerta si ya no está..." "No, en la puerta no, acá adentro". Entonces me dice: "No hace falta porque la gente ya sabe, inclusive una hija de Leopoldo Marechal viene todos los meses con una amiga a tomar algo acá."
…El Café Izmir lamentablemente, cerró en el 2000, ya hace más de 2 años. Afortunadamente no cayó en el vacío su historia, yo tuve oportunidad de conectarme con Carlos Szwarcer, bueno, ver una magnífica nota que él escribió en "Todo es Historia" y ahora tenemos la suerte de que él presente este testimonio que ya luego verán en el "Cuaderno del Café Tortoni".
… Bueno, finalmente quería pasarle la palabra nada más ni nada menos que a Lily Sosa de Newton, historiadora, periodista, escritora. Yo recuerdo siempre "El Diccionario Biográfico de Mujeres Argentinas", que es una joyita, tampoco debemos olvidarnos que es miembro de número de "La Academia Argentina de la Historia". Nadie mejor que ella para presentar a Carlos Szwarcer. Lily...
"Gracias. Buenas noches apreciados amigos, amigos todos de Carlos. Con mucha emoción lo acompañamos nosotros porque sabemos lo que esto significa para su trabajo, para su carrera, cuanto ha luchado y sigue luchando para hacer todas estas cosas que a él lo gratifican como nos gratifican a todos los escritores, adentrarnos en estas historias nuestras y especialmente en la historia de Buenos Aires, que tiene tantos matices, tantas facetas y siempre hay algo nuevo para descubrir y realmente lo hemos descubierto a través de Carlos, de los trabajos de Carlos. Porque no sólo él ha actuado como historiador y como investigador sino como interesado directo, de sangre, porque su abuelo, Rafael Alboger, fue dueño del Café y él conserva los testimonios, los recuerdos, las fotos, es decir, es todo muy directo y éso le da más valor todavía al trabajo del él porque de otra manera las cosas se van perdiendo, van desapareciendo, en cambio estos testimonios no. Yo creo que lo que él ha escrito va a quedar como algo indiscutible porque es, como les dije, auténtico y directo, y yo sé la forma en que él trabaja.
Hace unos cuantos años que nos conocemos y siempre lo vi haciendo trabajos relacionados con la historia, en aquella época él tenía una audición de radio muy interesante y me hacía entrevistas y hablábamos sobre estos temas y siempre con enfoques muy interesantes. El ha sido tan… tan consecuente conmigo y por éso estoy yo acá, en carácter… en un carácter que él me ha asignado y que es el de "madrina literaria", que a mí me llena de orgullo, de alegría. De manera que yo le deseo mucho éxito con estos trabajos, ya él tiene entre manos otras cosas que no tienen nada que ver con los Cafés, pero temas también de Buenos Aires, así que seguramente muy pronto nos va a sorprender con otra investigación igualmente original y que nos va a llegar a las fibras más íntimas del corazón. Porque todo esto en realidad tiene que ver con nosotros mismos, con nuestra vida, con nuestra sensibilidad, con nuestras vivencias. Que siga todo así, hecho con mucho cariño, como todo lo que estás haciendo, y que los próximos trabajos sean también como éste y que tengamos la oportunidad de acompañarte también en la presentación, y decirte que además estás acompañado por una hermosa familia, que cree en vos y éso es muy importante y contribuyó a que yo te tomara tanto afecto, éso es muy lindo, porque habla de la persona en sí, de los sentimientos, de todo lo que sos capaz de brindar como persona y como profesional. De manera que mucha suerte Carlos y adelante, adelante y a ver que nos podés contar vos algo más sobre este tema."
"Bien… Buenas tardes a todos. Ya el Arq. Spinetto ha dado las gracias a muchas de las personalidades que están aquí presentes, así que yo en general quedo con estos agradecimientos para no repetirlos. Voy a decir dos palabras nada más sobre Lily, le agradezco aparte de sus palabras el hecho de que haya sido para mí prácticamente el motor de mi incursión en los artículos, porque estaba en los medios de comunicación, en la divulgación de la historia en la radio y ella me alentó permanentemente a que escribiera sobre mis investigaciones .
Se me acercó una señorita hace un rato, presentándose como una maestra del Colegio Desiderio Herrera, y para mí es un orgullo, porque en ese colegio, que está a una cuadra, a la vuelta del Café Izmir, estudié y me gratifica el hecho de que se haya acercado a escuchar la charla.
Como decía Lily Sosa de Newton aparte del interés que tenía yo sobre este tema por ser familiar directo de los protagonistas de esta historia, siendo por un lado nieto por vía materna del que fuera dueño del café Izmir durante más de veinticinco años, en fin, ésto me daba, de alguna manera, una especie de ventaja o plus, porque podía tener acceso a material de primera mano como la historia familiar y, por otra parte, a fotografías y demás que podían ser el núcleo de la historia que tenía que contar; aunque en este sentido conviene aclarar que aparte de la historia familiar, el trabajo, la columna vertebral de este trabajo, está documentado, justamente, en fuentes pero sobre todo en los testimonios orales de los vecinos, habitués e hijos de habitués del Café Tortoni y del Café Izmir.
Digamos que la motivación fue doble, por un lado como historiador y por otro como familiar de algunos protagonistas que tienen que ver con esta historia. Además, como muy bien dijo el Arq. Spinetto, hay otro personaje que tiene que ver con esta historia y es Leopoldo Marechal, porque justamente como bien mencionó, en Adán Buenosayres permanentemente él lleva esas imágenes del Café Izmir a la literatura.
Bien...el título "El Tortoni y el Izmir" - un nexo para la historia - , dos cafés importantísimos, como decíamos, "Cafés Notables". ¡Qué no se dijo ya del Café Tortoni! el más importante, el decano de los cafés de la ciudad de Buenos Aires, se dijo mucho, pero siempre, aún en las grandes Instituciones, hay algo más para contar. Sabemos que fue fundado hacia 1858 por Jean Touan, un francés, y que unos veinte años después se hizo cargo un compatriota: Celestino Curutchet que aparte era familiar.
Acá podemos resaltar el hecho de que desde que se fundó este café pasaron alrededor de 70 años bajo una misma familia y ésto es muy importante porque le dio cierto prestigio, fundamentalmente desde el punto de vista cultural. Curutchet va a fallecer hacia mediados de la década del veinte, hacia 1925 y se va a hacer cargo del Café Tortoni la firma Rey y Pego hasta 1943. Es decir, también unos cuantos años el café es regenteado por un mismo dueño. Esta continuidad es muy importante con respecto al punto de vista cultural. Yo quería rescatar este aspecto porque desde 1943 hasta 1956, en esos trece años pasaron 5 ó 6 empresas. Esto provocó, indudablemente, un decaimiento en lo económico y cultural. En 1956 se van a hacer cargo del café, veinte personas, exactamente, una cooperativa que se llamará Gran Café Tortoni srl. Esta Cooperativa va a estar formada por viejos mozos y algunos inversores, entre los cuales estaba el joven Roberto Fanego, por entonces tenía unos veintipico de años, espero que no se enoje, porque por ahí se empiezan a sacar cuentas con la edad...Pero lo nombro a Fanego porque es la cara visible de este Café que desde 1956 se encuentra bajo la dirección de una misma empresa y pienso que hay una suerte de alianza entre la cultura, el tiempo y el espacio, y en este sentido, indudablemente, el Café Tortoni es un lugar de Buenos Aires donde la cultura está presente nuevamente a partir de 1956 hasta la fecha y plenamente vigente.
Ahora... ¿Qué nexo existe entre el Café Tortoni y el Café Izmir, el exótico Café Izmir? Bien… en 1920 Rafael Alejandro Alboger llega desde Turquía, desde la ciudad de Izmir a Buenos Aires y se ubica en la calle 25 de Mayo, en ésta, Reconquista y sus alrededores se ubicaba, generalmente, la inmigración que llegaba desde Europa desde aquella zona. Alboger se instala en ese lugar junto con unos amigos. Él había sido lustrabotas en su ciudad natal, Izmir. De manera tal que llega acá en 1920, contando nada más que con 18 años. ¿Y adónde se dirige? Al Café Tortoni. Empieza a ser lustrabotas del Café, al poco tiempo mozo y finalmente mêtre. Esta es una de las relaciones y vínculo importante en este relato, verán ustedes porqué. Porque estos datos expresados serían de escasa importancia de no ser que Rafael Alejandro Alboger, unos años después, se va a convertir en dueño del Café Izmir.
Sigamos adelante… en 1931 llega también de Izmir un hermano menor de Rafael Alejandro, Yaco Alboher. Llega a Buenos Aires y por mediación de su hermano ingresa también a trabajar al Café Tortoni, primero haciendo tareas generales y luego como mozo. Por lo tanto la familia Alboher tiene esta doble conexión con el tema que nos ocupa: el hermano mayor Rafael Alejandro trabajó aquí y luego será dueño del Izmir y su hermano menor, que quedó como mozo, con el tiempo, en 1956, se transformará en uno de los accionistas del Gran Café Tortoni srl.
Mencionemos también que la historia tiene un punto de contacto con Leopoldo Marechal en este mismo lugar, acá donde nosotros estamos y también en otro barrio. ¿Por qué? Leopoldo Marechal, como parte de la generación martinfierrista participó de la Peña del Tortoni, que fue inaugurada en 1926, aquí en la bodega. Seguramente aquí se cruzaron en algún momento Rafael Alejandro Alboger y Leopoldo Marechal, quien a pesar de haber nacido en Almagro, en la Calle Humahuaca, a los pocos años fue a vivir a la calle actual tres Arroyos: por entonces Monte Egmont, y era vecino de Villa Crespo. Por lo tanto, fíjense ustedes la relaciones que hay en toda este tema. Leopoldo Marechal y Rafael Alejandro Alboger, cada uno desde su lugar, coexistieron en el Tortoni, luego el literato escribirá en el Adán Buenosayres sobre el Café Izmir, del que el turco Alboger fue dueño.
Qué podemos decir del lugar donde se encontraba el Café Izmir: Villa Crespo. El mismo Leopoldo Marechal nos dice en "La Batalla de José Luna": "Entre las mil ciudades que abajo en la tierra perfuman el
éter con el humo de sus chimeneas existe una. Se llama Buenos Aires. ¿Es mejor o peor que otras? Ni mejor ni peor. Sin embargo los hombres han construido allí un barrio inefable que responde al nombre de Villa Crespo."
Allí, en Villa Crespo, estaba y está, la calle Gurruchaga, que fue considerada por otros escritores también como una suerte de "colorido sainete de Vacarezza", así fue mencionada. Cerca de la calle Gurruchaga se encontraba el famosísimo "Conventillo de la Paloma", es allí donde Vacarezza se inspiró para algunos protagonistas de la historia del "Conventillo de la Paloma": eran el turco, el ruso, el gallego, el tano que convivían en ese conventillo de 112 habitaciones.
Gurruchaga estaba nada más que a tres cuadras de ese Conventillo y se parece, a mi juicio, hacia los años '30, '35, '40, por las coincidencias en los relatos, a una calleja de Izmir, de Oriente, implantada en la ciudad de Buenos Aires. Algunos de los testimonios dicen: "la gente se cruzaba de vereda de aquí para allí, como si fuera peatonal, una feria, un mercado persa". Existía una cantidad increíble de vendedores ambulantes de todo tipo, desde los carros que vendían melones, sandías, hasta, quizá lo más importante para la gente que allí vivía, ciertas comidas que eran casi paradisíacas para los sefaradíes. La Calle Gurruchaga era prácticamente un reducto sefaradí. Los vendedores voceaban la mercadería, por ejemplo: reshas, sham malí, mulupitas, boios, burekitas, kadaif, baklavá, en fin... palabras que indudablemente al oído del criollo, del porteño, tal vez no tuvieran demasiado sentido, pero sí...hay mucha gente que conoce, seguramente. ¿De que se trata? En general de comidas dulces orientales. Aparte había vendedores que se dedicaban a la venta de otros alimentos menos elaborados como huevos duros…parece increíble…almendras tostadas, semillitas saladas de girasol y zapallo, castañas. En fin… Los vendedores ambulantes se encontraban ahí pululando de un lado al otro y fundamentalmente paraban mucho en el Café Izmir.
Allí, en la calle Gurruchaga, esta calleja Oriental, casi que podemos decir trasladada de Esmirna a Buenos Aires, se hallaba, se erguía altivo, el Café Izmir. No era el único café en la zona, obviamente hubo otros cafés como el de Franco, el Café Oriente, etc. Pero sí, sin duda fue el café más famoso.
¿Qué ocurre por entonces? Rafael Alejandro Alboger, hacia fines de la década del '30 tiene que salir de este ámbito del Café Tortoni para hacerse cargo del Café Izmir, café que había sido fundado por la familia Danón hacia mediados de la década del '30, café que fue construido sobre la base de tres habitaciones de un inquilinato y que se encuentra exactamente en Gurruchuga 432. Alboger llega y se hace cargo de un café de otras características al que estaba acostumbrado, totalmente diferente, porque aquí en el Tortoni, en cierto sentido, hasta inadvertidamente, se encontraba rodeado de cultura. Acá mismo también en 1927 cantó Carlos Gardel, estuvo Marcelo T de Alvear, Alfonsina Storni, en fin ustedes saben todas las figuras de gran importancia que pasaron por aquí. Y Rafael Alejandro Alboger va a otro espacio, otro ámbito, el Café Izmir, donde se encontraría con una cantidad de -yo diría- muchedumbres mayoritariamente humildes que sentían una gran nostalgia por aquellos lugares de donde venían, de miles de kilómetros. Este era un ámbito distinto...
¿Y cómo era la personalidad de Alboger? Porque en este café convivían diferentes etnias: sefaradíes, griegos, armenios, árabes, etc. Tenía que tener una personalidad muy especial. Yo lo conocí como nieto, pero para mí era simplemente mi abuelo y jamás pensé que cuando comenzara a relevar los datos me iba a encontrar con semejantes afirmaciones. Escuchen ustedes brevemente lo que comentaban algunos de los testimonios: "Alboger dominaba todo, era una suerte de caudillo o sacerdote laico, un hombre que inspiraba respeto, simpático, muy simpático, demostraba haber vivido mucho, tenía lo que llamamos estaño, que era el lugar donde en el café uno se apoya y se entera de todas las cosas, las buenas y las malas, donde se daban consejos y se adquiere experiencia, él había vivido." Esto lo afirmaba el Dr. Alvarez Estrada, que justamente era el dueño, en aquel entonces, del predio del café. Y coincidiendo con esta afirmación sobre la personalidad de Alboger otro testimonio dice, aunque de un modo un tanto hollywoodense: "Alboger tenía un tipo de presencia no se como decirte, viste las películas americanas que el dueño del bar o del cabarute es un tipo bien plantado, así lo veía yo a este Sr. Alejandro Alboger, era un tipo que no se le iba a ir de las manos si había algún despelote dentro de ese café".
Bien…, esta era la personalidad de Alboger, saliendo de un recinto culto e importante como el Tortoni e ingresando al Izmir. El Café Izmir, allí en Gurruchaga, tiene una entrada muy sencilla, digo tiene porque sigue existiendo, aunque con las cortinas bajas. Es una estructura rectangular, muy sencilla, con dos ventanales, un par de puertas vaivén… no daba idea, realmente, para una persona que no fuera del barrio, al pasar por las puertas del Café Izmir, que en realidad dentro se vivía un ambiente mágico.
Voy a contar una breve anécdota que tiene un tinte social. Algunos de los testimonios cuentan que una persona se sentaba, uno de los parroquianos, ahí, en la ventana del Izmir a la mañana y leía el diario al revés, tenía esa virtud, entonces los parroquianos ante el don que tenía este compatriota lo rodeaban. Muchos de éstos eran por aquella época, tal vez, semi-analfabetos, entonces se enteraban de las noticias del mundo y de Buenos Aires a través de este señor que leía en el Izmir el diario al revés.
Los tiempos en el Izmir estaban bien marcados: las mañanas eran muy tranquilas, generalmente los habitués trabajaban y a partir del mediodía y la tarde comenzaba lo que tiene que ver con el entretenimiento y el ocio, fundamentalmente a través del juego de cartas como, por ejemplo, la pastra, la loba y un juego llamado table, similar al backgamon, que es como una cajita de madera sobre la que tiraban los dados. Allí se entretenían...
Pero verdaderamente lo que era notable en el Izmir eran sus comidas. Algo característico era el mezé. ¿Qué es ésto? Vamos a traducirlo, es como una "picadita" porteña. Tenía varios platitos, aceitunas, pepinos, rabanitos, queso blanco de cabra, etc, etc. Inclusive regado profusamente por el rakí, que es al anís seco, que muchas veces era convertido en un líquido de aspecto lechoso, cuando le agregaban algunas gotas de agua. Estas eran las comidas frías. Algo increíble ocurría cuando uno entraba al Izmir, lo invadía el humo, era impresionante, yo recuerdo haberlo vivido en la década del '50, y los testimonios lo confirman, el humo del tabaco, pero mezclado con el humo de la cocina de alguna de las comidas ya más preparadas. Lo característico eran lo shishes o shishkevá. ¿De qué se trata? Esta comida es para explicarlo así, simplemente, una suerte de brochette que se hacía con unos pinches metálicos donde se colocaban albóndigas o trozos de hígado o de cordero y se comía al plato o bien en una pita, o sea en un pan árabe, al que muchas veces le agregaban una especie de ensalada que se escurría y la gente se manchaba. Bueno, el humo de los shishes y el humo del tabaco invadían el local.
Y allí se tenía que abrir paso la música, otras de las características importantísimas del café. ¡La música en el Café Izmir! Rafael Alejandro Alboger tenía una importantísima colección de discos de pasta turcos y griegos. Así que eran los discos que se habían escuchado en Oriente. Ahora nosotros, si a ustedes les parece bien, vamos a escuchar algunos breves fragmentos de unos discos de pasta que son una reliquia realmente, mejorados para ser escuchados, porque tienen más de 50 años. Y no son discos de música oriental simplemente, son los discos, pasados a CD hoy, los discos del Café Izmir. Son fragmentos de tres canciones:
Comenzamos... Bien… esta es... voy a ver si lo pronuncio bien: OIUN HAVASI, sería "aires de danza", cantado por Susan Yakar Rutkay…
El próximo fragmento es algo particular porque nos muestra también un disco de pasta del Café Izmir, pero ahora en vez de una canción de música turca escucharemos una canción que tiene que ver con la música griega. Es un Kalamatianó, o sea, música folklórica griega que tiene características un tanto diferentes como ustedes van a apreciar…
Ahora hay una "perlita" también. El Tema que vamos a escuchar no es extraído de un disco de pasta del Izmir, pero sí lo interesante es que parte de la orquesta que toca en esta canción, que es un Chiftetelli, es decir una canción típica de Turquía, tiene dos músicos que integran este conjunto que van a escuchar, que fueron músicos del Café Izmir, que formaron parte de las orquestas del Café. Uno tocando el violín y cantando: Nicolás Kirlis y el otro: Markarian, que tocaba el kanún, un instrumento ejecutado con plectros. Así que vamos a escuchar este chiftetelli por músicos de las orquestas que tocaban en el Café Izmir. Por favor...
Bien... esta era la música que se escuchaba de los discos de pasta del Café Izmir, supongo que a través de un Winco o alguno de esos aparatos. ¿No? Hay un tema, un fragmento que me gustaría que escuchemos que me ha facilitado la señorita Laura Esteve y el Sr. Findik de la Embajada de Turquía. Mi interés era escuchar un Chiftetelli, pero ya con la idea de lo que podía ser la canción, el ritmo, no a través de los discos de pasta, que están muy viejos y es un sonido muy plano, sino a través de un CD, para darnos una idea más clara de lo que podía ser la base rítmica de estas canciones y de esta música tan interesante.
Por favor... Este es un fragmento de un Chiftetelli llamado Asena y nos da una idea de lo que se podía vivir allí dentro del Café Izmir…
Diferentes etnias, repetimos, sefaradíes, armenios, griegos, árabes y los comentarios también de los testimonios: "Sin odios, en paz". "Sin odios en paz." Sin odios, en paz." Repetidamente esto es lo que se escucha. Pensemos que ésto, hacia la década de fines del '30, el '40, durante la segunda guerra mundial, durante una serie de conflictos de toda índole. Que en un café se encontraran distintas nacionalidades y pudieran convivir es realmente extraordinario.
Indudablemente una de las formas de comunicarse era a través del turco, que era el "idioma" que tenían en el Imperio Otomano, luego Turquía, desde donde provenían muchas de esas comunidades, y además a través de la "música" y el "baile", sobre todo el Chiftetelli turco. Esto más los entretenimientos y las comidas era lo que unía a estas diferentes etnias en el café.
Pero verdaderamente yo creo que lo más sorprendente eran las llamadas "Nochadas del Izmir", las noches del Izmir. Había un día por semana martes o jueves y fundamentalmente los sábados y domingos cuando se armaban las "farras", digamos. Este "era un acontecimiento barrial". En la calle Gurruchaga se juntaba el barrio cuando llegaba la orquesta, ya no eran los discos de pasta, era la orquesta con las bailarinas. Voy a leer dos breves fragmentos de dos testimonios que me han dado y realmente me parecen muy interesantes para ilustrar ésto: "Cerraban las ventanas, pero tenían las cortinas y siempre algún gauchito que las corría un poquito y se veía", asegura Nicolás D. Hay gente que no quiere que aparezca el apellido, pero es el testimonio de Nicolás. Otro dice: "No había lugar, era todo como cancha de Atlanta, lleno hasta el fondo, era una cosa impresionante, me impactaba ver llegar al Izmir a los músicos que tenían un pequeño tabladito en el medio y la mina (bailarina) estaba vestida con todo dorado con perlas, todas agarradas hasta acá, el corpiño, se le veía el pupi (señalaba el ombligo) y con una bombacha de gasa y bailando descalza."
Increíble. Esas eran un poco las "nochadas" del Izmir. Fueron célebres algunas bailarinas, odaliscas podemos llamarles: Madamme Jannette, Milí, las Livías. Flora, Madamme Flash. Pero también los hombres. Los hombres también bailaban. Voy a señalar a dos importantes, también muy mencionados en los testimonios. Uno era Abraham Sadrinas, que bailaba con una botella en la cabeza, haciendo equilibrio y con un par de cucharas, a modo de castañuelas. ¡Espectacular! Y otro que también parece que era extraordinario: Elías Bajar, renombrado bailarín en el Izmir.
Señalaremos lo siguiente: no solamente los sefaradíes de habla castellana, que eran mayoría en el café, hablaban el turco allí, sino que el idioma original madre era el ladino o Djudezmo, que tuvieron en España y lo conservaron y lo atesoraron, y mientras algunos hombres se deleitaban con la música turca como escuchamos, en el café Izmir, las mujeres fueron las que de alguna forma trataron de preservar el cancionero que venía de los viejos romances españoles, que fueron enriqueciéndose a través de los años en los distintos países donde fueron los sefaradíes, posterior a la expulsión de España, a fines del siglo XV. Los refranes, los dichos, innumerables. Yo digo que muchos testimonios y grandes personalidades confirman la alegría de los sefaradíes. Y hay un refrán que me llamó mucho la atención que dice: "El turco (sefaradí) no tiene leyes, tiene refranes". Un refrán para cada cosa del día. Cada acción del día tenía un determinado refrán, un determinado dicho.
Vamos ha comentar otros dos aspectos interesantes...: el "orgullo" que tenían los sefaradíes por este Café, mencionado no solamente por los habitués sino por los hijos de los habitués. Y tenían realmente un gran sentido de pertenencia a este Café. Aparte llegaban de muchos lugares, no solamente de los alrededores de Villa Crespo sino de Flores, de Palermo, del Centro, de la Boca, del interior del país e inclusive de la ciudad de Montevideo. Y dicen también los testimonios: "El Izmir fue su segundo hogar (se refería un hijo sobre el padre) por más de treinta años". Otro asegura: "Mi papá iba siempre a ese café, estaban él, sus amigos, todos los que vivían en esa cuadra y sus alrededores. Todos paraban ahí a la tardecita a tomar un café, a charlar de algunas cosas que sucedían en su época." Otros comentan: "El Izmir era el más poderoso, el más frecuentado, el más conocido, todos los turcos iban, días de semana y fines de semana también. Alboger tenía el café siempre lleno, en vez de ir al cine, se decía...me voy de Alboger, me siento ahí dos horas, veo bailar, era el lugar para encontrase y hablar de todo."
Parte de la revista, del cuaderno Nº 9 del Café Tortoni nos introdujo en la temática del Café como lugar de encuentro. Indudablemente el Tortoni ha sido y es un café de encuentro, importantísimo, por suerte vigente todavía. Como decía el Arq. Spinetto hace un rato, lamentablemente el Café Izmir ha cerrado en octubre de 2000, sin embargo, agregaremos a lo todo lo dicho que ha sido mencionado como "Institución y Secretaría Informal de la Comunidad", entre los "39 Cafés Notables de la Ciudad de Buenos Aires" en el año 2000 y también citado por la Guía Total de Buenos Aires 2000 como "Emblema Porteño".
El Izmir, Institución, Café Notable y Emblema Porteño, en verdad cambió mucho de características cuando falleciera Rafael Alejandro Alboger en 1965. Sus yernos se hicieron cargo del café durante cuatro años hasta que, efectivamente, en 1969 la familia asturiana Rodríguez compró el fondo de comercio. Por lo tanto el café por muchas razones tuvo transformaciones: el cambio de estilo, el cambio de dueño, el cambio de sociedad. Así que en el último cuarto de siglo ya los turcos prácticamente no iban, se encontraba gente que tenía que ver con las oficinas del lugar, con las empresas...
Yo diría que hoy, para finalizar, nos podría pasar, tal vez, como le ocurrió al personaje de Leopoldo Marechal, Adán Buenosayres, que se metió en la pulpa de la noche, una noche lluviosa, un día muy especial y le pareció que el Café Izmir estaba cerrado, con las persianas bajas y, sin embargo, sintió, percibió el olor del "anís dulce y del tabaco" y "una canción asiática salmodiada por cierta voz sobre un fondo musical de laúd o de cítara." Tal vez hoy a nosotros nos pueda ocurrir que pasando por la calle Gurruchaga encontremos las persianas bajas del Café Izmir, persianas oxidadas, enmohecidas; y nos encontremos, pensemos… ubiquémonos… en ese interior húmedo, de paredes descascaradas y que, sin embargo, atesoran otros tiempos, quizás podamos concentrarnos y tratar de escuchar las voces, los murmullos, las palmas, las músicas que ahí tocaban y el movimiento de las odaliscas, y las risas, y seguramente y sobre todo, los sueños y las utopías de aquellos días tan distintos y lejanos. Digo, nosotros nos convertimos hoy, y esta era un poco mi obligación, convertirnos en custodios de la memoria de este tipo de Instituciones. En tanto, pienso, duendes de otros tiempos que merodeen, tal vez, la calle Gurruchaga, echen un vistazo dolorido al umbral de entrada del viejo Café Izmir y quizás esperando un milagro sacudan las persianas del famoso y eterno Café Izmir. ¡Gracias…!"
Cierre del Acto: Palabras del Arq. Spinetto: "Bueno... agradecemos la presencia de todos ustedes, aprovecho para nombrar a la arquitecta Amanda Fernández, de la Comisión de Cafés Notables, que nos ha acompañado y agradecerle a Carlos Szwarcer este momento, yo diría, bellísimo y erudito que nos ha permitido compartir con él a través de sus palabras. Así que muchas gracias a todos los que hoy han estado aquí. Gracias Lily Sosa. Gracias Carlos."
Algunas publicaciones sobre el mismo tema:
Szwarcer, Carlos, "El Café Izmir", Todo es Historia Nº 422, Septiembre de 2002. Buenos Aires. Argentina.
Szwarcer, Carlos, "El Tortoni y el Izmir - un nexo para la historia -". Cuadernos del Tortoni Nº 9. Pág.1 a 9. Abril de 2003. Buenos Aires. Argentina.
Szwarcer, Carlos, "Gurruchaga entre Izmir y Sefarad". Raíces Nº 62. Año XIX. Marzo de 2005. Sefarad Editores. Madrid. España.

Carlos Szwarcer
* Extracto de la Conferencia pronunciada por el autor. Derechos Reservados.  

martes, 22 de abril de 2003

EL TORTONI Y EL IZMIR -un nexo para la historia-

Hechos y anécdotas que revelan la relación entre dos cafés de estilos muy diferentes y a la vez tan porteños.

por Carlos Szwarcer

Cada ciudad tiene su propia historia y por ende sus típicos espacios para las relaciones sociales y el desenvolvimiento del ocio. Los cafés, esos particulares centros de reunión que reflejan la idiosincrasia de la sociedad en los que han surgido, nacen acorde a las necesidades de su gente.

Una mirada sobre Buenos Aires nos traslada al terreno de lo asombroso y fantástico desde el origen mismo de su rica y fecunda historia. Fue fundada dos veces, como para reafirmar los deseos de la corona española de levantar en estos alejados parajes una ciudad con destino de grandeza. Pedro de Mendoza, en nombre de los monarcas lo hizo por primera vez en 1536, pero el fracaso en conseguir una población permanente no amedrentó a los reyes y mucho menos a sus súbditos. El segundo y definitivo asentamiento quedó a cargo de Juan de Garay, en Junio de 1580.

Ese pequeño caserío se transformaría en sólo treinta y siete años en la Capital de la Gober-nación del Río de la Plata, dando un salto cualitativo a partir de 1776 cuando por Real Cédula del rey Carlos III se convierte en sede del Virreinato del Río de la Plata, cumpliendo también con las expectativas de sus pobladores. (1)

Desde que se reuniera la sociedad colonial, en aquellos primeros rincones como el “Almacén del Rey”, desde 1769 ubicado en la Recova Vieja, o el “Café de los Catalanes”, inaugurado en 1799, en las actuales calles Pte. Perón y San Martín, pasó el tiempo obcecadamente. La Recova ya no existe y fueron, por demás, sorprendentes y vertiginosos los caminos que siguió la historia. La “Reina del Plata” tuvo un espectacular crecimiento al convertirse en puerta de acceso de importantísimas oleadas inmigratorias, entre fines del siglo XIX y principios del XX, modificando su carácter predominantemente hispano, pasando a ser el receptáculo de una profusa mezcla de culturas.

El café Tortoni y el café Izmir, tan distintos en sus estilos, tienen en común el haber trascen- dido como característicos lugares de encuentro de la ciudad. El primero, el más antiguo y prestigioso en pie, abierto en 1858, y el segundo, sitio de leyenda y reducto de inmigración oriental, poseen, además, un interesante y poco conocido vínculo que se inicia hacia 1920.

Por entonces partió hacia la Argentina Rafael Alejandro Alboher, hijo mayor de una familia judía-sefaradí, de Esmirna (Izmir), Turquía. Esta antiquísima ciudad del Asia Menor, fundada por los griegos, tuvo el fabuloso privilegio de ser uno de los importantes puntos de contacto entre Oriente y Occidente. El fin del Imperio Otomano, del que formaba parte, y los duros años que siguieron a la Primera Guerra Mundial, tornaron caótica su situación, motivo por el cual muchos de sus habitantes buscaron alejarse de la permanente inestabilidad y constantes hambrunas.

Todo era arriesgado y azaroso. La necesidad de sobrevivir hacía que los pequeños hijos ayudaran a sus mayores. En esos tiempos difíciles, en torno al Konac, la torre del Reloj que domina ampliamente la rambla sobre la Bahía de Izmir, recorrían las intrincadas callejuelas bíblicas de Esmirna Rafael Alejandro, lustrabotas y su hermano menor, Yaco, vendedor de velas. De las caravanas de carros que pasaban los muchachos solían “pinchar” algún atado de higos, recogían algunos del suelo, como un juego que, a la vez, les ayudaba a mitigar el hambre de la jornada. Unos años después, los dos hermanos a miles de kilómetros del Asia Menor, dejarían su apellido ligado a la historia de dos cafés muy diferentes y sin embargo tan porteños.

LOS ALBOHER Y EL TORTONI

Rafael Alejandro, el joven de dieciocho años recién arribado al país, se instala en Buenos Aires como otros de su estirpe, en una pensión de la calle 25 de Mayo, cercana al puerto. En su documento de identidad, las autoridades le cambian al apellido la letra “H” por la “G”, de acuerdo con la pronunciación, por lo que en adelante se llamaría Alboger. Comienza a trabajar como lustrabotas en el Tortoni, este sería un dato menor, de no haber sido que, con el tiempo, fue mozo y luego maître del famoso café de Avenida de Mayo, al que estuvo ligado por casi dos décadas.

El “Tortoni” lleva el nombre del famoso café parisino homónimo y fue inaugurado en 1858 por el francés Jean Touan. Hacia 1879 se lo vendió a su familiar y compatriota, Monsieur Celestino Curutchet (2) Este singular hombre, favorecedor de eventos culturales, era quien lo regenteaba hacia 1920, cuando ingresó a trabajar “el turco” Alboger, aunque en virtud de la avanzada edad del empresario (noventa y dos años), la dirección del local fue recayendo en sus hijos mayores: Mauricio y Pedro Alejo. En 1925 falleció Celestino y un año después se produjo la inesperada muerte de Mauricio, detrás del mostrador, hechos que influyeron para que la familia tomara la decisión de vender el café a la firma Rey Hnos. y Pego.

Por una gestión de Rafael Alejandro, que ya era maître del Tortoni, comienza a trabajar allí su hermano menor Yaco. Tal como comentaba éste en una entrevista de 1975 a la Revista “Así”: El 26 de mayo de 1931, al otro día de llegar a la Argentina "entré a trabajar, por mediación de mi hermano, que hacía más de 9 años que cumplía tareas de mozo en el lugar... por supuesto que no entré de mozo, primero estuve en las tareas generales y después fui escalando posiciones”. Además recordaba que tenía que “moverse en medio de estas 150 mesas y 600 sillas" atendiendo a figuras de las letras, como Alfonsina Storni o Baldomero Fernández Moreno, artistas de la talla de “... Muiño, Arata, Alippi y Ratti”, o figuras políticas “... como el Coronel Perón que cuando estaba en la Secretaría de Trabajo y Previsión, paraba un rato a tomar un cafecito y seguía viaje” o el que fuera Vicepresidente de la Nación Elpidio González, un "buen habitué”. (3)

La historia de los hermanos del Tortoni seguirá por diferentes senderos: el mayor, pasará a convertirse en dueño del Izmir y su hermano Yaco a ser uno de los accionistas de la empresa “Gran Café Tortoni SRL”, formada en 1956.

Los Hnos Rey se retiran en 1943 de la conducción del negocio de Av. de Mayo 829, y en pocos años se producen varios cambios de dueño: González Alvarez (1943), Prieto, Devesa, Díaz y Cía. (1948), Eduardo García y E. Pérez. (1950), Estévez - Llanos y Cía. (1954). Si bien todos ellos intentaron la vigencia y rentabilidad del negocio, los constantes cambios de firmas y las crisis recurrentes provocaron la acumulación del pasivo y hasta cierto punto el decaimiento del movimiento cultural que fue característico hasta mediados de la década del 40.

La nueva sociedad “Gran Café Tortoni SRL” inició su actividad el 1 de noviembre de 1956 como producto de la unión de esfuerzos de veinte personas que pensaron en devolverle al tradicional café el prestigio ganado por su historia. Además primó la idea de pensar en el largo plazo, reinstalando la alianza espacio - tiempo - cultura y promoviendo sus salones a tal fin.

Los accionistas surgieron de dos grupos: antiguos mozos y un conjunto de empresarios, algunos de los cuales habían tenido experiencia en el rubro en importantes establecimientos gastronómicos. Varios de los mozos: Yaco Alboher, Benjamín Rodríguez, Raúl Cardozo y Joaquín Arias, siguieron en actividad, siendo a la vez accionistas, con el aporte de las indemnizaciones cobradas a la empresa saliente.

Arias, de experiencia y buen trato, cumpliría en adelante la función de Encargado de Personal e integraría el grupo que estaba a cargo de la dirección, formado además por el catalán Pedro Anglada, quien le diera fama a “El Querandí”, de Perú y Moreno y los hermanos José y César Matti, ex-dueños de “El Ateneo”, de Sarmiento y Carlos Pellegrini, donde asistían conocidas figuras del teatro. Un joven de 23 años, Roberto Fanego, ingresó desde un comienzo a la sociedad como inversor y cumplía funciones en el puesto de cajero; su interés por las expresiones artísticas lo llevaría a ocuparse gradualmente de las relaciones públicas del café y su inteligente y eficaz tarea ayudaría a revitalizar las actividades culturales hasta nuestros días.

TRANSITO DEL TORTONI AL IZMIR

Por una pirueta del destino Rafael Alejandro Alboger dejaría su puesto del Tortoni para constituirse, finalmente, en dueño del Café Izmir, donde permanecería por veinticinco años al frente de un lugar de antología, en la calle Gurruchaga 432, en el barrio de Villa Crespo.

El local, construido hacia 1932, sobre la base de tres habitaciones de un inquilinato, fue abierto a mediados de los años treinta como café, acreditando su habilitación municipal desde 1937. Como consecuencia de un hecho fortuito, Alboger tuvo que hacerse cargo del comercio que llevaba el nombre de su ciudad natal, en 1940 (4), tras un acuerdo con la propietaria del predio, la señora Estrada viuda de Alvarez, que confió en él para regularizar la situación, pues era el garante de un coterráneo que estaba al frente del mismo y que había dejado de pagar los alquileres.

El "izmirli", con la experiencia acumulada en el célebre café Tortoni, encaraba confiado el nuevo emprendimiento. Se distanciaba del ámbito en el que por años había asistido como observador inadvertido de las tertulias de buena parte de la intelectualidad. Partía dejando la esmerada atención de artistas, poetas, bohemios, personajes de la alta sociedad o del mismísimo presidente de la Nación, Marcelo Torcuato de Alvear, para tomar posesión de un sitio muy distinto, verdadero enclave oriental, de muchedumbres mayoritariamente humildes y cargadas de nostalgias por sus pueblos lejanos: El Café Izmir.

EL IZMIR Y MARECHAL

Alboger sería el nexo histórico entre los dos cafés. En tiempos en que aún atendía en el Tortoni uno de los concurrentes era Leopoldo Marechal. El importante hombre de letras, partícipe de "La Peña del Tortoni", inaugurada en mayo de 1926, a la que asistía como parte de la generación martinfierrista (5), a la sazón, había sido vecino de Villa Crespo y justamente el Izmir sería uno de los escenarios elegidos para la trama de su famosa novela "Adán Buenosayres". A través de sus páginas los lectores recibieron algunas imágenes del singular café, aunque es menester señalar que, más allá de su recreación en la ficción, el Café Izmir era ya uno de los símbolos del barrio y sus alrededores, mucho antes de que la novela se publicara en 1948 y se popularizara a mediados de la década del sesenta.

En el texto de Marechal varias situaciones nos llevan a “... aquel recinto sobresaturado de anises y tabacos fuertes” donde “Junto a la vidriera, un músico abstraído hería, como en sueños, el cordaje de una cítara negra con incrustaciones de nácar.” (6) En interesante diálogo, tres parroquianos, el judío Abraham, el musulmán Abdalla y el cristiano Jabil, sentados en torno a una de las mesas del Izmir, defienden sus diferencias sobre el Mesías. Relato que señala la indudable coexistencia de habitués de muy diferentes orígenes, procedentes de aldeas y ciudades cercanas al Mediterráneo Oriental, sobre todo sefaradíes de habla castellana.

El café funcionaba en un barrio sorprendente, de múltiples realidades. Deambulaban musas, poetas y juglares y, por supuesto, hasta el tango echó raíces allí. ¿Qué magia inenarrable poseía Villa Crespo? En “La Batalla de José Luna” Marechal lo expresa así: "Entre las mil ciudades que abajo (en la tierra) perfuman el éter con el humo de sus chimeneas existe una: se llama Buenos Aires. ¿Es mejor o peor que otras? Ni mejor ni peor. Sin embargo, los hombres han construido allí un barrio inefable, que responde al nombre de Villa Crespo." (7)

EL IZMIR Y GURRUCHAGA

El barrio de Villa Crespo se había convertido en los primeros años del siglo XX en un verdadero crisol de razas, por lo que se ha podido definir a la calle Gurruchaga, entre Camargo y Triunvirato (Corrientes), donde estaba el café, como devenida en “un colorido sainete de Vacarezza”. (8)

Muy cerca del café Izmir, a apenas tres cuadras, sobre la calle Serrano 148, se encontraba un núcleo habitacional muy particular: las piezas en alquiler en las que Alberto Vacarezza se había inspirado para escribir “El Conventillo de la Paloma”, famoso sainete que tendría un espectacular éxito en 1929. La obra reflejaba con genialidad los nuevos prototipos porteños que fueron apareciendo con la llegada de la inmigración y cuya impronta modificaría el paisaje de la ciudad. En los conventillos e inquilinatos convivían el criollo, el tano, el gallego, el ruso, el turco, etc., y el barrio se fue caracterizando por la convivencia y dinámica relación entre las diversas etnias.

Gurruchaga fue la calle que concentró la inmigración sefaradí, llegada, sobre todo, de Turquía, (habla: "ladino"- castellano antiguo) y de Siria y Líbano (habla: árabe), otros grupos de menor proporción arribaron de Palestina, Egipto, Grecia, Bulgaria, Marruecos, España, Portugal y norte de Africa, que hablaban tanto "ladino" como español moderno. (9)

“En Gurruchaga al 400, a juzgar por los comentarios de vecinos de aquella época, ‘la gente se cruzaba de vereda de aquí a allá’ como si fuera ‘peatonal, una feria, un mercado persa’... Los vendedores ambulantes ofrecían sus telas, ropa usada, plumeros y los más diversos artículos que uno pueda imaginarse, aunque lo más codiciado eran los manjares típicos, delicias paradisíacas para los sefaradíes.” (10)

Algunas de esas exquisiteces tradicionales, que sonaban tan extrañas al oído del criollo eran: reshas (dulces en formas de ochos, con sésamo), mulupitas (redonda, tipo vainilla), sham malí (galletitas de sémola con azúcar y media almendra cubierta con jalea), boyos (suerte de empanada redonda de hojaldre: de acelga, queso o berenjena), burekitas (pequeña empanada rellena de queso, huevo o berenjena, cubiertas con sésamo), kadaif (postre con almíbar, relleno de nueces), baklavá (masitas de nuez con jalea dulce), etc. (11) y los más conocidos y menos elaborados huevos duros, almendras tostadas, semillitas saladas de girasol o zapallo, castañas asadas, etc., etc.

“En este torbellino urbano cada oficio callejero agregaba su cuota de variedad y así se cruzaban el zapatero remendón, con su caja de herramientas apoyada en la espalda, con el fabricante de yogur casero que hacía firuletes con su bandejón, apurando el reparto a su selecta clientela de los inquilinatos; al mismo tiempo los carros de verduleros, meloneros o cesteros pregonaban su mercancía arrimándose al cordón.” (12)

CARACTERISTICAS DEL CAFE IZMIR

Allí se erguía el Izmir, en el medio de Gurruchaga, en el corazón mismo de esa sugestiva y pintoresca cuadra porteña que emulaba una calleja de la Esmirna del siglo XIX. Oriente parecía haberse trasladado a Buenos Aires. La simple planta rectangular del local, alargada hacia el fondo y los dos amplios ventanales, separados por una doble puerta vaivén, no evidenciaban para un transeúnte ocasional lo que en verdad era y significaba el interior de ese “Café y Bar”, tal como lo definía la inscripción de la delicada chapa enlozada azul y blanca, que se exhibía a la derecha de la entrada.

Un largo mostrador, originariamente ubicado en el fondo, ocupaba todo el ancho del salón, luego pasaría a estar casi a la entrada, a la derecha. Mesas rectangulares de madera y sillas estilo vienés conformaban parte de su mobiliario. Afiches de propaganda con dibujos de candorosas figuras femeninas con talle de avispa - según la moda “divito” impuesta en los años cuarenta - promocionaban gaseosas, bebidas alcohólicas o un famoso analgésico. Un cuadro, pintado al óleo, representaba un pequeño grupo de hombres sentados en semicírculo, sobre una alfombra persa, compartiendo una gran pipa.

Aquellas paredes, con pequeños espejos romboidales, fueron pintadas, según pasaron los años, de “blanco, verde azulado o rojo ladrillo” (13) y decoradas, además, con arabescos y dibujos con palmeras que simulaban un oasis en el desierto. Imágenes de siluetas danzantes ocres y doradas recordaban “Las mil y una noches”, agregando al ambiente, sin duda, cierto grado de exotismo.

PERSONALIDAD DEL DUEÑO

Verdadera torre de Babel, rica en relaciones multicolores, requería una personalidad especial que mantuviera el equilibrio y la armonía del lugar. Rafael Alejandro Alboger fue entonces el caballero que pudo recibir cordialmente a ese aluvión oriental que deseaba encontrar un ámbito mágico que le hiciera soñar y recordar su terruño.

“...Alboger dominaba todo... era una suerte de ‘caudillo’... o ‘sacerdote laico’... un hombre que inspiraba respeto... simpático, muy simpático. Demostraba haber vivido mucho; tenía lo que llamamos ‘estaño’, que era el lugar donde en el café uno se apoya y se entera de todas las cosas, las buenas y las malas; donde se daban consejos y se adquiría experiencia. El había vivido”, afirma el propietario del solar, Dr. Alvarez Estrada y coincidiendo con estas sugerentes palabras Alejandro B. ratifica con cierta influencia hollywoodense: “... tenía un tipo de presencia, no sé cómo decirte, viste las películas americanas que el dueño del bar o del ‘cabarute’ es un tipo ‘bien plantado’, así lo veía yo a este señor Alejandro Alboger... Era un tipo que no se le iba a ir de las manos si había algún despelote dentro de ese café.”

Los testimonios concuerdan en que el dueño del Izmir tenía, además de carácter, un trato agradable y paternal. Anfitrión predispuesto a la ayuda, cooperaba con varias entidades benéficas existentes en el barrio, incluido el “Pro - Hogar Policial de la Sección 27”. La buena relación con la comisaría, le permitía cada tanto hacer alguna gestión para que las autoridades agilizaran la libertad de algún demorado por la policía, en tiempos en que los inmigrantes carecían de documentación totalmente en regla o cuando eran penados por un hecho menor. Cabe destacar que, incluso, algunos oficiales gustaban presenciar, en sus días francos, el show de música y danza que se representaba en el local los fines de semana, atraídos por un espectáculo artístico cuya estética era poco común en Buenos Aires.

AL COMPAS DE LAS HORAS

Convivían en el café distintos tipos de personajes. Uno de ellos, que llegaba por la mañana, cumplía con una misión social, tal vez sin saberlo: leía con gran habilidad el diario al revés, mientras divertía con su don a los parroquianos, a algunos de ellos, que no sabían leer, los ponía al tanto de las últimas noticias. Pero también hay recuerdos que deslizan cierto desdén o envidia por algún paisano que hacía notar su prosperidad en el recinto: "... siempre caminaba con un clavel en el ojal para espamento, un tipo que se movía para todos lados y con el dedo siempre señalaba." No obstante, era frecuente que alguien del pequeño grupo de mejor posición social, por solidaridad o alarde, invitara una vuelta de anís o café a las mesas.

Muchos de los asistentes eran hombres que vivían en los inquilinatos de los alrededores y los casados solían tener varios hijos. Una actividad laboral habitual era la compraventa de los más variados artículos, sobre todo enseres hogareños: camas, mesas, sillas, veladores y aun ropa, muchas veces usada. El negocio de saldos no le iba a la zaga. Salían muy temprano a “timbrear” por los barrios de la ciudad y pueblos de la provincia de Buenos Aires. Como no era oportuno molestar en horas de la tarde, en tiempos en que era costumbre dormir la siesta, regresaban al mediodía con el producto de su labor a los locales especializados del ramo. Nos ilustra el testimonio de una vecina: “... no había televisión... no se iban a quedar con su esposa y cinco hijos a mirarse las caras dentro de una habitación, se iban al café Izmir a encontrarse con sus amigos de toda la vida”.

Es sabido que los sefaradíes siguieron hablando fielmente por generaciones el "ladino" o “Djudezmo”, aquel castellano antiguo que se llevaron de España, atesorado como la mayor de sus riquezas y que, como en sagrado ritual, para cada situación encontraban la sabiduría en sus “dichos y refranes", muy importantes en su vida cotidiana, a tal punto que uno de ellos, afirma: "El turco (sefaradí) no tiene leyes, tiene refranes". Muchos de éstos nos ayudan a entender el espíritu alegre y optimista que en las vicisitudes animó tanto a los sefaradíes del siglo XV como a los llegados a la Argentina en los primeros años del siglo XX, por ejemplo ¡ Iá cumimos, iá bivimos y al Dió bindizimos!

Lugar casi exclusivo para hombres, los tiempos del Izmir estaban bien marcados. Las mañanas eran serenas. Las tardes dedicadas al pasatiempo a través de las charlas y el juego. Las mayores manifestaciones de euforia y regocijo ocurrían al caer el sol; las comidas típicas regadas de licores espirituosos subían el voltaje en tanto el ritmo de la música les evocaba sus distantes pueblos de mar.

MUSICA Y MANJARES

Don Alboger tenía una importante colección de discos de pasta griegos y turcos. La música se abría paso hasta la calle, entre el humo espeso del tabaco y el de la cocción de los shishes (carne picada o trozos de cordero o hígado asados al carbón en unos pinches metálicos) servidos al plato o dentro de una pita - pan árabe - a modo de sandwich. Era tradicional una “picada” llamada “mezé“, compuesta por una variedad de platitos típicos: queso blanco de cabra, aceitunas, rabanitos, pepinos, huevo duro, etc., y el infaltable “rakí”, anís, que muchas veces era convertido en un líquido de aspecto lechoso debido al agregado de agua. El juego de naipes, especialmente “loba” o “pastra”, y el “table” (similar al backgamon), eran parte del entretenimiento del lugar.

Pero esos hombres deliraban cuando tocaba la orquesta oriental: mandolín, laúd, kanún (instrumento de cuerda ejecutado con plectros), pandereta, dumblek (tambor pequeño), violín, etc. La llegada de los músicos y las bailarinas, en horas de la noche, habitualmente los viernes y fines de semana, era todo un acontecimiento barrial: “... cerraban las ventanas pero tenía las cortinas... y siempre un gauchito que las corría un poquito y se veía..." asegura Nicolás D.. Muchos vecinos y "purretes" (jóvenes) se agolpaban en la entrada para escuchar la música o "pispear" (observar) y adentro, rememora Sergio S., "... no había lugar, era tipo cancha de Atlanta... lleno hasta el fondo, era una cosa impresionante... Me impactaba ver llegar al Izmir a los músicos que tenían un pequeño ‘tabladito’ en el medio... Y la mina (bailarina) estaba vestida... con todo dorado con perlas, todas agarradas hasta acá, el corpiño... se le veía el ‘pupi’ (señala el ombligo) y con una bombacha de gasa y bailando descalza.”

Así como preservaron el castellano antiguo hablado en la España medieval, el agrado por la música turca y por los “velos endemoniados de las odaliscas” fueron comunes en los sefaradíes. Estas, entre otras costumbres, provenían del antiguo Imperio Otomano, en el que habían vivido sus ancestros por más de cinco siglos, luego de las expulsiones de la Península Ibérica a fines del siglo XV. La tolerancia otomana permitió un trato respetuoso y la esperanza en el futuro fue posible, lo que no era poco. Parte de esa cultura se incorporó a sus tradiciones a través de muchas generaciones y, por lógica, se vio acrecentada por la lejanía de sus países de origen.

La “música turca” era ciertamente popular y el baile coronaba un sutil efecto de seducción. Perviven en el recuerdo famosas bailarinas: Madame Jeannette, Flora, Madame Flash, Milí, las Livías y renombrados bailarines como Abraham Sadrinas que, al son de la danza, hacía equilibrio con una botella en su cabeza, mientras golpeaba dos cucharas a modo de castañuelas. Elías Bajar, aplaudido también por el excelso e intuitivo arte de sus movimientos. No es de extrañar, entonces, la gran expectativa con que eran aguardadas las memorables “nochadas” del Izmir.

TRASCENDENCIA DEL IZMIR

A este lugar pintoresco llegaba gente de otros barrios: Flores, el Centro, La Boca, Palermo e inclusive del interior y aún de la ciudad de Montevideo. Aunque con una mayoritaria presencia sefaradí, no faltaban griegos, armenios y de otras colectividades. “No había odios... en paz”, afirman los testimonios. Si unos pocos vecinos observaban con algún reparo la presencia de “músicos y odaliscas”, es sugestivo y ampliamente revelador que los hijos de aquellos primeros habitués coincidan en que para sus padres "el Izmir fue su segundo hogar por más de treinta años." o "Mi papá iba siempre a ese café, estaban él... sus amigos... todos los que vivían en esa cuadra y sus alrededores, todos paraban ahí a la tardecita a tomar un café a charlar de algunas cosas que sucedían en su época...”. Existe un sincero sentimiento de “orgullo” por ese café al que se lo consideraba, además, una verdadera “institución... y secretaría informal de la comunidad”. (14) Muchos de sus concurrentes completaban el número necesario para iniciar los rezos en el Gran Templo Sefaradí, ubicado a la vuelta, sobre la calle Camargo 870.

Es evidente el fuerte sentido de pertenencia que experimentaban los que se agrupaban en el café, tal como lo sintetiza el siguiente testimonio: “El Izmir era el más poderoso... el primero, el más frecuentado y el más conocido... todos los turcos iban... Días de semana y fines de semana también... Alboger tenía el café siempre lleno... En vez de ir al cine se decía... me voy de Alboger, me siento ahí dos horas y veo bailar... era el lugar para encontrarse y hablar de todo”

EMBLEMAS PORTEÑOS

Buenos Aires, ciudad añeja e inmortal, es también fruto de la diversidad que le otorga coherencia aun a sus contradicciones. Urbe obstinada en su perpetua recreación, alberga, sin embargo, espacios mitológicos, lugares fuera del tiempo, como puentes tendidos entre lo pretérito y el porvenir. Los cafés se ubican allí, en sitios que son endiosados y venerados, objetos de culto que guardan un singular halo de misterio.

La Gran Aldea del siglo XIX, devenida en Gran Metrópoli, que tal vez, como toda gran ciudad, abunda en indiferencia o frialdad, paradójicamente anida ciertos ámbitos destinados al culto de la amistad y de la nostalgia. Entre ellos se encuentran el Tortoni y el Izmir, parte del patrimonio cultural de esta ciudad e incluidos entre los veintiún cafés enumerados como “Emblemas Porteños”. (15)

Es en esta inmensa y poética ciudad en la que el “curso y recurso” de los acontecimientos tanto nos complace con la vigencia indiscutible del Tortoni, Las Violetas, el Querandí o el Café de García, por mencionar sólo algunos o con el sabor amargo por la desaparición de otros grandes como El Café de los Angelitos, El Molino o el Izmir que bajaron sus persianas por diferentes avatares.

La historia a la que suele definírsela como “el acontecer del hombre en el tiempo” y que parece ser impredecible, por suerte, nos deja algunas certezas. De lo que estamos seguros es que los nombres de Rafael Alejandro Alboger y Yaco Alboher, esos dos hermanos que alguna vez partieron con sus sueños de Izmir, han quedado sellados en la memoria de dos cafés históricos. Rafael Alejandro que pasó por el Tortoni y fue dueño del Izmir, hasta su fallecimiento, en 1965, logrando que su comercio fuera un reconocido referente oriental y Yaco, mozo y luego accionista del Tortoni; después de su muerte en 1998, el apellido permanece ligado al café a través de sus hijos, Víctor y Luis, que heredaron la relación contractual con la sociedad.

CIERRE DEL IZMIR E INGRESO A LA HISTORIA

El señor tiempo, inexorable, cumple su labor. El café Izmir, mantuvo las características mencionadas hasta fines de los años 60. Don Alboger falleció inesperadamente el 29 de abril de 1965, haciéndose cargo del local, transitoriamente, sus dos yernos, “Nusi” y Alberto, hasta 1969, cuando la familia Rodríguez, asturiana, compró el fondo de comercio. Por entonces habían quedado unos pocos “turcos” y el espíritu oriental casi no existía. En los años siguientes sus habitués fueron, en su mayoría, los albañiles y empleados de las oficinas de la zona.

Si hoy nos detuviéramos frente al Café Izmir nos podría pasar como una medianoche a Adán Buenosayres, que creyéndolo cerrado, se demoró unos instantes ante sus persianas y pudo percibir el “... olor del anís dulce y del tabaco” y ” una canción asiática... salmodiada por cierta voz... sobre un fondo musical de laúd o de cítara”. Acaso filosofemos como él unos instantes sobre la vida y la muerte.

Adán “... se saca el chambergo, del que caen dos o tres hojitas resecas y enjuga con su mano las gotas de la lluvia que le corren por la cara. Luego reanuda su andar, calle arriba." (16) Mientras, nosotros imaginamos a Rafael Alejandro Alboger esbozando su sonrisa nostálgica cuando evocamos al Izmir, el que con absoluta justicia ha sido considerado “Café Notable” y “... parte de la esencia porteña" (17)

Cerró sus puertas el 9 de octubre de 2000, cuando ya no era ni la sombra de lo que había sido. Detrás de sus cortinas metálicas, hoy enmohecidas, ese Olimpo rectangular, en ruinas, con sus paredes descascaradas y sin vida, enmarcan un interior silencioso y oscuro que atesora, sin embargo, historias de un tiempo pletórico de vida y energía. Aún parecen resonar la música y las palmas que acompañan el ritmo y la danza de las bellas odaliscas, las voces, los murmullos y las risas abriéndose paso a través del espeso humo y los sueños y las utopías de aquellos días tan distintos y lejanos. Nosotros nos convertimos hoy en custodios de la memoria, en tanto duendes de otros tiempos merodean la calle Gurruchaga, echan un vistazo dolorido al gastado mármol del umbral y, como esperando un milagro, sacuden las persianas bajas del famoso y eterno “Café Izmir”.

NOTAS

1) CORDERO, HECTOR ADOLFO, COMO ERA BUENOS AIRES. P 98. ED.PLUS ULTRA.BS.AS.1980.
2) ARIAS, LAURA D. REVISTA CUADERNOS DEL TORTONI Nº2 P 3. OCTUBRE DE 2000.
3) REVISTA ASI. AÑO XIII. Nº608. 30/05/1975. P 6.
4) DIRECCION GENERAL DE VERIFICACIONES Y HABILITACIONES. EXPEDIENTE: 188009 A 940.
5) MASTRONARDI, CARLOS. RECUERDO AQUI... en CAFE TORTONI 1858-1988. BS.AS 1988. P 15.
6) MARECHAL, LEOPOLDO. ADAN BUENOSAYRES.
BS. AS. 1994. ED.PLANETA. P 91.
7) NOGUES, GERMINAL. BUENOS AIRES CIUDAD SECRETA. BS. AS. ED. SUDAMERICANA. 1994.
8) KAMENSZAIN, TAMARA. LOS BARRIOS JUDIOS. BS. AS. 1979. REVISTA PLURAL. Nº20/21/22.
9) FEIERSTEIN, RICARDO. HISTORIA DE LOS JUDIOS ARGENTINOS. BS.AS. 1993 ED. PLANETA. P 163/164.
10) SZWARCER, CARLOS. EL CAFÉ IZMIR. TODO ES HISTORIA Nº422 P 55. SETIEMBRE DE 2002.
11) SHAUL, MOSHE Y OTROS. EL GIZADO SEFARADI. RECHETAS DE KOMIDAS SEFARDIS. ED. IBERCAJA. 1995.
12) SZWARCER, CARLOS. EL CAFÉ IZMIR. TODO ES HISTORIA Nº422.P 55.SETIEMBRE DE 2002.
13) SPINETTO, HORACIO. CAFES DE BUENOS AIRES. BS. AS. 1999. GOBIERNO DE LA CIUDAD DE BUENOS AIRES. P 5.
14) BERGMAN, DANIEL y SLAVSKY, LEONOR. PRESENCIA SEFARADI EN LA ARGENTINA ED. CENTRO EDUCATIVO SEFARADI. BS AS 1992.P 61.
15) CIUDAD ABIERTA. LA GUIA TOTAL DE BUENOS AIRES. BS.AS.2000 AÑO 1 Nº1 P 5.
16) MARECHAL,LEOPOLDO.ADAN BUENOSAYRES BS. AS.1994.ED.PLANETA. P 339.
17) SPINETTO, HORACIO. CAFES DE BUENOS AIRES. BS. AS. 1999. GOBIERNO DE LA CIUDAD DE BUENOS AIRES. P 5.

Carlos Szwarcer
Artículo publicado en la Revista “Cuadernos del Tortoni” Nº9 Bs. As. Abril de 2003 Pág. 1 a 9.