Por Carlos Szwarcer
Albert Gyorgy, artista plástico y escultor rumano (Lueta, Transilvania, 1949), autor de la obra en bronce ,ha sido, desde el principio, un hombre sufriente. Siguiendo su biografía, pertenece a una minoría étnica -la húngara- y comienza su vida viviendo la discriminación a la que ésta está sometida. Como miembro de una escisión del tronco “común” (el húngaro) sabe lo que es ser señalado con el dedo. Ser “el otro”, el diferente.
Sí, Albert Gyorgy ya sabía de vacíos. Había experimentado antes con la ausencia de materia en otros de sus trabajos, también en bronce, como “Seúl II” (1982) u “Oiseaux” (1990).
En su “El hijo pródigo” también apela a la emotividad y el mundo interior del espectador (mediante la figura de un niño que, arrepentido, extiende a sus padres los brazos para que lo aúpen), investigando primero en el suyo propio.
“Melancolie” (título original de la obra que nos ocupa), traducido como “El vacío del alma” o “Escultura del alma vacía” resulta en un ejercicio de introspección. Adivinamos la figura de un hombre gracias a la presencia de sus extremidades, ya que en la parte que correspondería con pecho y estómago no hay nada, permitiendo al que observa ver el paseo del parque en que está emplazada la obra.
El peso de sus brazos descansa sobre los muslos. Sentado en un banco, afligido, derrotado, flexiona su cuello para mirar directamente a su interior.
Parece preguntarse: “¿Qué ha pasado con él?”; “¿Qué ha pasado conmigo mismo?”. Un interior que ya no existe -suponemos que en algún momento sí lo hizo- y que se prolonga infinitamente, como lo hace un espacio en el que solo hay aire, que nunca empieza y nunca termina, simplemente “está”.
La textura del bronce es rugosa, como si la figura estuviese sin terminar, incompleta o deteriorada, roída. ¿Tendrá que ver con ese vacío que ha dejado el alma? ¿Con la destrucción y recomposición que produce pasar por el dolor, quizá, por el duelo…?
El artista posando con su obra
No obstante, nuestro autor no es pionero en el uso de oquedades como un elemento escultórico más: Henri Moore (Castleford, Reino Unido,1898) ya jugaba con formas cóncavas y convexas, invadiendo o despejando el espacio y Bruno Catalano (Khourigba, 1960) “el escultor de los inmigrantes” y coetáneo de Gyorgy, se relaciona con ellas de una forma similar a la suya: refleja en sus obras el pesar, esta vez del emigrante desarraigado.
Esto no le impide desarrollarse como artista de éxito, organizando sus propias exposiciones también en el extranjero (Varsovia, Berlín, la ex Yugoslavia, Chile…), pero vive aislado, en soledad y con tristeza. Con mucha probabilidad, en el arte encontró un aliado para sobrellevar su carga: “Lo que no me deja solo es la ambición de creación, el impulso interior, la eterna tensión que al final me obliga a poner en materia mis más íntimos sentimientos y visiones”. Con la muerte de su primera esposa -víctima de cáncer de mama- rompe vínculos con Rumanía y aprovecha una exposición en Ginebra para instalarse en Suiza, donde por fin podrá tomar aire y respirar más aliviado, dado que comienza una nueva etapa… y es aquí donde esculpe a nuestro hombre solitario.
Se puede percibir de manera más o menos objetiva es que hay una invitación a reflexionar sobre nuestra propia naturaleza y su transformación cuando estamos pasando por un evento traumático. Algo cambia dentro de nosotros, algo se va, se desvanece. Cuando perdemos a un ser querido una parte de nosotros se va con él; ya no está. Pareciera que se nos hace un “agujero” físico, tangible, donde antes había una parte de nuestro cuerpo que estaba entera, sin el daño y sin magullar.
Es por un proceso de reconstrucción o metamorfosis que se van regenerando las capas, cubriendo ese vacío y rellenando el espacio, ese en que en la figura de metal se sustituye por la no materia.
Fuente e imagen:
https://lacamaradelarte.com/obra/el-vacio-del-alma/