jueves, 18 de junio de 2020

UNA FOTOGRAFÍA: CHELA Y SIMBA MÁS ALLÁ DEL TIEMPO

Por Carlos Szwarcer


¡Sabía, sabía que años después evocaría esa escena del comedor! Tomé la máquina de fotos sin hace ruido, me ubiqué cerca de la puerta de entrada, esperé unos segundos y disparé el obturador de la cámara. Tuve la absoluta convicción de que años después volvería a ese instante que juzgué ideal para detenerlo en el tiempo, preservarlo, de algún modo... eternizarlo.

Pasaron más de veinte años, ya no vivo en ese departamento, y mi querida y entrañable Chela –mi suegra- y Simba, nuestro primer gato, ya no están, o tal vez se encuentren en alguna otra dimensión. Sin embargo, hoy volví a aquel momento sublime al hurgar uno de los álbumes familiares y encontrar esa “perlita”. 

Hago propicia la temática para presentar aquí la fotografía aludida del ámbito familiar y que siempre que la miro me provoca una multiplicidad de sensaciones absolutamente intransferibles.

Chela y Simba (Archivo CS.) Derechos reservados

Por suerte desde muy joven tuve afición por la fotografía, esa manera ilusoria  de “atrapar al tiempo inasible". Nunca intenté profundizar o estudiar esa técnica/arte profesionalmente, simplemente me quedó como un hobby muy arraigado, y me encanta volver a las imágenes en papel o a las digitales en la PC o el celular. Singularmente encierran un fragmento, un microsegundo del zumo de la vida.

Que la fotografía  sea una herramienta que logra congelar un momento preciso en una imagen, es extraordinario, me produce una sensación muy extraña observar fotos  después de un tiempo, sean  producto del proceso de revelado de una placa fotográfica o a través de las modernas técnicas de digitalización. En cualquier caso, delante de esas imágenes percibo la fascinante  emoción de abrir una ventana y acceder al mundo del ayer, que en rigor ya no existe pero que revivimos al observarlas.

En ellas se anida lo efímero, se resguarda la fugacidad de un momento único que representa la memoria de otro presente. En ese vínculo con el pasado, la imagen es tan concreta como eternamente subjetiva, condicionada por la mirada desde otro contexto temporal. Aún así, destacando otra perspectiva, no importa cuantos días o años hayan pasado, el instante capturado contiene algo esencial de la vida que fue y, sugestivamente, aparece cierta energía generada por nuestra mirada al conectarnos con ese instante que en realidad ya no existe pero que potencia los sentidos a modo de "disparador" de un cúmulo de sensaciones.

domingo, 7 de junio de 2020

Día ochenta de Cuarentena. Entre musas, gatos y cavilaciones

Por Carlos Szwarcer

Una página en blanco ofrece un gran abanico de posibilidades. La palabra escrita es uno de los medios de expresarse y revelar desde nuestra interioridad una visión del pasado, del presente, y del porvenir; con ella se inicia un itinerario que atraviesa realidades, sueños, fantasías, o todo a la vez, según el objetivo y el género literario elegido. Los escritores no siempre comienzan con una idea clara a desarrollar, y puede que se instalen frente a la hoja de papel, o la PC, justo cuando las divinas "musas andan de vacaciones", como lamentara Serrat en una de sus famosas canciones.

Las inefables musas, afirmaban los griegos, intermediarias entre los artistas y los dioses, de tanto en tanto puede que murmuren al oído sugiriendo palabras adecuadas, tramas, o secuencias que se entrelazan a través de los personajes que cobran vida e interactúan. No obstante, racionalmente, Freud y sus seguidores lo desmienten asegurando que las mencionadas “fuentes de inspiración” -en sí- no existen, que son parte de la mitología y, simplemente, en el ser humano se producen momentos de una fuerza inspiradora creativa, proceso que se encuentra en su propia psiquis interna.

Ahora bien, de una u otra forma, la cuestión es qué para aferrarse a la lucidez durante esta terrible Pandemia de Coronavirus (alias Covid19, o viceversa), en este abrupto cambio de estilo de vida, la búsqueda de inspiración amerita un importante desafío a la voluntad. Concentrarse y elegir un tema de cierto interés y profundidad requiere aún más energía, saber hacia donde vamos y remar contra viento y marea, pero si estamos por naufragar, es conveniente que las velas nos arrimen a una costa segura. En el contexto del “confinamiento”, inmersos en un vendaval permanente de noticias catastróficas sembradas de temores, se trastocan hábitos creativos adquiridos en años.

                     

Las imágenes de los muertos todavía tibios que son ubicados de a miles en las frías estadísticas mundiales, representan "un gran sin sentido", es como si el virus, tan imprevisto y letal, silencioso e invisible, invade y altera casi toda la dimensión espacio-tiempo, y desconcierta al mundo entero: prestigiosos científicos, políticos, periodistas, y hasta curanderos de cuarta categoría dicen y se contradicen permanentemente; hay más dudas que certezas con lo que acontece, entretanto crece la expectativa por encontrar la vacuna salvadora.

De tal manera, este período discurre entre los esfuerzos científicos para neutralizar el virus, y las noticias sobre medicamentos milagrosos que -sin suficientes pruebas- asombrosamente se difunden, utilizando el "miedo", la "angustia", y el "temor a la "muerte" para “hacer política”. Por supuesto que en este "tren fantasma" se sube al mismo vagón la antinomia entre los "a favor" y los "en contra" cuarentena, y los sempiternos personajes que sombríamente se aprovechan de las crisis para elucubrar de inmediato teorías conspiranoicas.  

¿Qué narrar de un mundo que sufre un shock epidemiológico, traumático, sincrónico y planetario? En pleno reino de la incertidumbre, las palabras de moda son "Coronavirus", "Covid19", "Testeos", "Respiradores", "Terapia Intensiva", Pandemia", "Cuarentena", "Aislamiento Social", "Distanciamiento Social", "Confinamiento", "Hipercrisis Económica Mundial", etc. Nos encontramos Irremediablemente sumergidos en esta realidad tan cercana a libros y películas de ciencia ficción, donde el límite entre vigilia y pesadilla casi no existe. Creíamos que ciertas calamidades jamás nos pasarían, o en todo caso las ubicábamos en un futuro demasiado lejano,  casi merodeando el terreno de la entelequia.

                          
Estimados lectoras y lectores de este texto, sin pretender dramatizar ni otorgarle al presente una densidad cuasi-apocalíptica, en verdad se advierte en el momento actual un amotinamiento impensado en lo que era nuestra normalidad cotidiana, extrañándose demasiadas cosas elementales, por ejemplo: el contacto con familiares, amigos, afectos, lugares, ritos urbanos, las callecitas de Buenos Aires...

Echo de menos mis horas al tope de adrenalina investigando en silenciosas y gélidas bibliotecas o hemerotecas descubriendo datos de interés, y mis lugares para dar rienda suelta a la reflexión e imaginación como los viajes en subte, colectivos o tren y, desde luego, cuando me instalaba cómodamente en algún bullicioso café-bar. Mi sereno y desordenado escritorio es otro de mis sitios de disfrute, se ha convertido en estos ochenta días de aislamiento en mi única alternativa: sentado con la computadora frente a mi ventanal, donde milagrosamente sobreviven en un par de macetas coloridos malvones y geranios. Ahora mismo, ni las plantas, ni la energía que me da la música que impulsan mis trances literarios, logran incentivarme lo suficiente en esta jornada. Si bien trato de no pensar cosa negativas, como la postergación de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires donde presentaba mi reciente obra, sigo ocupando mi mente en otros proyectos, he decidido no dejarme ganar por las circunstancias.

Mientras escribo estas líneas, es verdad que alivio de algún modo el peso de mi incómoda mochila cotidiana. En este camino de “atrapar vientos”, atraídos por la memoria emotiva, recorren en fila los “tejados del pasado” mis históricos gatos, compinches sigilosos, misteriosos, sentados sobre mis piernas, estirados arriba de papeles y carpetas, acostados en el mismísimo teclado de la computadora, o acomodados en algún libro del último anaquel de la biblioteca; me miran con sus bellos y enigmáticos ojos entornados auxiliando y custodiando mis derroteros literarios. No guardo reparo en reconocer que con estos sutiles felinos tengo una comunicación casi irracional, mágica, aunque muy real e intensa; acompañantes desinteresados y fascinantes, son símbolos de ternura, argucia y libertad: Simba, Bizcocho, León, Grace, Axl, Rowie o París, mis amados gatos según las épocas. Creo que en otro momento me ocuparé en detalle de ellos. ¡Los extraño! Decían los celtas que "los ojos de los gatos son las puertas que conducen hacia el reino de las hadas".

Volviendo al “ahora”, y releyendo estas páginas, más allá de musas, felinos y perpetuos fantasmas internos que se convierten en peregrinos personajes de algún texto, advierto que escribí -casi sin darme cuenta- unas tres páginas. ¿Y, si pensándolo bien dejo el texto aquí, a modo de reflexión de un autor frente a su PC, navegando en medio de la tempestad de la Pandemia?

Sí, eso mismo. Que queden estos párrafos espontáneos de un día de disquisiciones en esta larga cuarentena. Lo comparto, tal vez alguien se sienta identificado. Es un fragmento del presente. No importan las circunstancias, el tema tarde o temprano aparece y, finalmente, me siento feliz de poder expresarlo. Decía Cortázar: “Lo que me gusta es escribir y cuando termino es como cuando uno se va dejando resbalar de lado después del goce, viene el sueño y al otro día ya hay otras cosas que te golpean en la ventana, escribir es eso, abrirles los postigos y que entre”.
Mañana será otro día, el ochenta y uno de este confinamiento. Frente al reto de otra hoja en blanco habrá una nueva oportunidad de hilvanar pequeños retazos de vida. El mundo seguirá girando con su carrusel de noches y días, de soles y lunas, y volveré a narrar imprevistos aconteceres, verídicos o ficticios, propios o ajenos. “Había una vez…”.


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