Por Carlos Szwarcer
En Parerga y Paralipómena, título de la última obra que escribió el filósofo alemán Arthur Schopenhauer (1788-1860), plantea una interesante historia: cuando los puercoespines tienen frío deciden reunirse todos y juntarse mucho para darse calor unos a otros. Por supuesto, la excesiva unión por parte de los animales tenía como resultado que se clavaran las espinas unos a otros, haciéndose daño.
Los puercoespines se veían en una situación comprometida, ya que por un lado tenían que elegir entre enfrentarse al frío o a las espinas de sus propios congéneres. La necesidad de calor los llevó a tomar una solución intermedia: seguirían reuniéndose, por necesidad biológica, pero procurando mantener una distancia de seguridad mínima, para evitar hacerse daño unos a otros. Así conseguían satisfacer su necesidad de calor y al mismo tiempo conseguían salvarse de las espinas.
En esta historia de Schopenhauer los humanos son como los puercoespines. El miedo a la soledad, el miedo al yo y a la individualidad, el sentimiento gregario, o simplemente porque como señaló Aristóteles y como repitió Santo Tomás de Aquino el hombre es un animal político -es decir, social-, nos lleva a reunirnos en comunidades.
Pero hay algo en forma de espina -ya sea el egoísmo, el odio, etc.-, que lleva a que si nos acercamos demasiado los seres humanos nos hacemos daño unos a otros. Por eso, la sociedad, siguiendo unas convenciones, establece una distancia mínima entre seres humanos. Esta distancia mínima sería -de algún manera- la de los buenos modales, el saber estar y la cortesía. De no existir nos pincharíamos unos a otros, y la convivencia sería insoportable.
Fuente:
http://lapiedradesisifo.com/
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