Por Carlos Szwarcer
Juan José Sebreli nació en el Barrio de Constitución, en la ciudad de Buenos Aires, el 29 de diciembre de 1930. Destacado sociólogo, historiador, crítico literario y filósofo argentino, en su libro : "De Buenos Aires y su gente", escribe sobre "su barrio".
"La rutina alternándose con la aventura, y el espíritu sedentario perturbado a veces por otro, vagabundo, me llevó a recorrer los lugares, los rincones más lejanos y raros del mundo, pero fatalmente estoy condenado a ser sólo un porteño nacido en el barrio Sur. Mis recuerdos más entrañables estarán para siempre ligados a algunas modestas calles de Buenos Aires, que para nadie, fuera de sus propios habitantes, tienen el menor interés: la calle Brasil, donde nací, o la calle Pedro Echagüe, donde nació mi madre. Durante muchos años las calles tenían la dirección en que yo las recorría siempre [...]. Me alegro de haber nacido y vivido largos años cerca de una gran estación terminal con su movimiento, su cambio constante, su inestabilidad, esa impalpable sensación de aventura que traían los silbatos desgarrados de los trenes en las noches de viento. La estación Constitución era una especie de puerto enquistado en el corazón de la ciudad. Pienso que esa atmósfera algo influyó en mí. [...] También los modos de habitar o de trasladarse afectan los modos de ser.
La imponente estación de ferrocarril, de estilo victoriano, era un resumidero de los pueblos más oscuros, de las viviendas de obreros, de los terrenos comprados a plazo, del balneario de Quilmes, la playa de los pobres. Frente a la estación, la calle Lima, bullente de fondas (2) con las paredes pintadas por artistas populares hoteluchos, cafetines, bares automáticos, [...] y la vereda llena de vendedores ambulantes, charlatanes de feria, mendigos, canillitas, lustrabotas, le daban un aire de mercado persa.
Cerca de la estación, entre las calles Pedro Echagüe y 15 de Noviembre, un callejón amarillento hacía pensar en el Londres de las novelas de Dickens (3) o en el conventillo de El pibe (4) de Chaplin. Siguiendo por el empedrado de Pedro Echagüe hacia Entre Ríos, se abría un amplio horizonte de cielo [...]. Ese cielo muy cerca de la calle, realzaba los distintos matices de la luz, el resplandor silencioso de la siesta, el melancólico celaje lila del crepúsculo o el misterioso claroscuro de la noche. También ese cielo desapareció con la vieja ciudad, el cielo de Buenos Aires es hoy muy alto, recortado por los últimos pisos de las torres, muy alejado de la calle. Cruzando los puentes de Constitución [...] desde cuyos hierros mi infancia contemplaba fascinada, entre humo negro y chispas ardientes, un cementerio de locomotoras viejas detenidas en vías muertas [...], comenzaba una de las zonas con más carácter de la ciudad. Una perspectiva de calles en declive con plantas silvestres creciendo entre las baldosas, con interminables paredones de ladrillo ennegrecidos por el humo, chimeneas, y un tren aéreo pasando por encima de las casas. [...] esas calles tenían el misterio teatral de un escenario vacío [...].
Mis paseos por Barracas terminaban en el umbrío Parque Pereyra, con su encanto melancólico de jardínabandonado, con un lago artificial [...] y hasta con una leyenda gótica de fantasmas que aparecían en la noche atribuidos a una pareja de amantes que se habían suicidado en el lago, aunque el folklore del lugar responsabilizaba al cura de la Iglesia de enfrente quien se proponía ahuyentar con esa historia a las parejas nocturnas.
El otro foco de atracción del barrio era el viejo y enorme Mercado del Sur [...] que fue destruido por laapertura de la avenida 9 de Julio. Acompañar a mi madre al Mercado era la aventura de internarse enese intrincado laberinto de callejuelas bordeadas de puestos abigarrados y hormigueante de gente, deruidos, de olores y colores. [...]
[...] En realidad el barrio de mi infancia y de mi adolescencia desapareció en su totalidad, desaparecieron las dos calles mayores, Lima y Bernardo de Irigoyen, cortadas por la avenida 9 de Julio; desaparecieron los cines en los que pasé tantas tardes, los tranvías que surcaban sus calles; desapareció el bullente Mercado del Sur, el teatro "Variedades", desaparecieron las familias pequeño-burguesas, y el barrio se convirtió en un mero lugar de tránsito. La Autopista y los ensanches contribuyeron a darle un clima de ruina y desolación. [...] Cuando ahora vuelvo al barrio, en el que ya no vivo, impulsado por la nostalgia, me siento como los emigrados que regresan a la aldea natal después de muchos años de vivir añorándola para descubrir que ya nada tiene que ver con aquella en que vivieron.
No quiero idealizar al Constitución de ayer, sé muy bien que las brumas del recuerdo transforman albarrio natal en algo que no existió del todo realmente [...]. Pero, por otra parte, el mito del barrio tienetambién su justificación. El rechazo del presente puede permitir ver los aspectos negativos de un"progreso" que por sus propias contradicciones siempre va unido a algún retroceso. La nostalgia [...]puede ser más crítica que ciertos "progresismos" [...] demasiado adheridos a lo nuevo, a lo último como lo mejor. La nostalgia es también el "no me olvides" de los encantos de la ciudad vieja perdidos por los avances capitalistas [...].
[...] los lugares de una ciudad son como hitos que sirven de orientación y reconocimiento de sushabitantes en el espacio, y de identidad y permanencia en el tiempo. Pero Buenos Aires es [...], unaciudad desaparecida bajo los cataclismos y los avatares de historia [...]. No hay progreso, pero todocambia, y en un corto lapso de vida, nadie puede volver a encontrar las calles de su niñez, y uno sepierde en un laberinto de calles nuevas, desconocidas, sin recuerdos. [...] los lugares que formaron una parte inseparable de mi vida, han sido tan fugaces como los momentos que en ellos pasé, tan inasibles como los años; ya no existen en el espacio real visible sino tan sólo en la frágil trama de mis recuerdos.
En viejísimas ciudades asiáticas y europeas en las que tantas cosas permanecen inmutables, en las queel pasado se confunde con el presente, no sentí nunca el paso irreversible del tiempo como al volver albarrio de la ciudad sin ayer, donde apenas treinta años antes parecen ya una época perdida, y el pasado tanto más remoto cuanto más cercano".
* Fragmentos de “Constitución: mi barrio”, J. J. Sebreli, en "De Buenos Aires y su gente", Centro Editor de América Latina, 1982.
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